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Béla Bartók en dos actos: una velada entre la ópera y el ballet

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Del 2 al 10 de noviembre, el Teatro Real dedicará cinco únicas veladas a dos de las obras más relevantes de uno de los mayores compositores del siglo XX

Hay cierta justicia poética en que el Teatro Real apueste, por primera vez y en una misma velada, por dos de las obras más audaces y controvertidas de Béla Bartók. Tras su creación, ninguna de las dos tuvo un camino fácil hacia el escenario. De hecho, el compositor tardó más de nueve años en ver estrenada su primera y única ópera, El castillo de Barbazul, inicialmente rechazada por la Ópera Real de Budapest por considerarla inadecuada para la escena, y después, relegada por la inevitable pausa cultural que supuso la Primera Guerra Mundial.

Aún peor suerte corrió su ballet El mandarín maravilloso, una pieza con tintes expresionistas en la que Bartók mezcla de forma magistral erotismo, violencia y un lenguaje musical radical. Su carácter transgresor provocó que el régimen nazi la incluyera en su lista de arte degenerado, lo que impidió su representación durante más de dos décadas. Solo tras la muerte del compositor, y una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, pudo estrenarse escénicamente en 1945.

Hoy, más de un siglo después, ambas obras llegan por primera vez al escenario del Teatro Real, reunidas en un programa doble de alto voltaje. El montaje, en coproducción con el Theater Basel, está dirigido escénicamente por Christof Loy, aclamado por sus montajes de Eugenio Oneguin y Arabella, y contará con la batuta de Gustavo Gimeno, al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real. Cinco funciones, del 2 al 10 de noviembre, para sumergirse en el inquietante universo musical de uno de los compositores más influyentes del siglo XX.

Un prodigio entre tradición y vanguardia

A los cuatro años, Béla Bartók ya tocaba al piano piezas que escuchaba su madre sin necesidad de partituras. A los nueve, escribía sus propias composiciones. Ese talento precoz se tradujo en una carrera singular, marcada por la búsqueda de un lenguaje propio al margen de las corrientes dominantes de su tiempo.

Ya en el siglo XX, recorrió Europa del Este con un fonógrafo para grabar músicas tradicionales, iniciando así una investigación pionera del folklore musical que influiría decisivamente en su obra. Estos estudios le otorgaron un conocimiento profundo de la materia con el que Bartók desarrolló un lenguaje compositivo propio y revolucionario, que representa una síntesis única entre tradición popular y técnicas contemporáneas. Su forma de repensar la armonía, la forma y la estructura lo ha situado, para buena parte de la historiografía musical, como uno de los compositores más influyentes del siglo XX.

Un programa doble con las pasiones humanas como nexo

Presenciar en una única velada dos géneros tan distintos como la ópera y el ballet no es muy habitual. Sin embargo, el Teatro Real ha apostado por este ambicioso programa doble, brindando una oportunidad única para adentrarse de lleno en el universo musical Béla Bartók.

Abrirá la escena El mandarín maravilloso, un ballet, ejemplo de la música expresionista centroeuropea, que narra una historia de erotismo, pasión y violencia en la que las partituras de Bartók vuelven a ser las protagonistas con ritmos abruptos, metales desgarrados y una percusión impactante.

Tras el ballet, la ópera. Un cambio de género radical que, sin embargo, sigue explorando las pasiones humanas más extremas. El castillo de Barbazul. La única ópera de Bartók, compuesta en 1911, es tan peculiar como el resto de sus piezas. Un solo acto, apenas una hora de duración, sin coros, ni escenas… Solamente dos voces, la de Judith y Barbazul, y una orquesta capaz de transmitir toda la tensión, el simbolismo y la oscuridad que habita en sus partituras. Inspirado en el cuento clásico de Perrault, el compositor húngaro firmó una versión profundamente personal, en la que musicaliza con su personalísimo estilo los grandes temas universales: el amor, el odio, los secretos o el miedo.

Ambas piezas fueron consideradas demasiado atrevidas en su tiempo: la ópera, rechazada por inapropiada; el ballet, prohibido durante años por su crudeza. Hoy, unidas en el escenario del Teatro Real, forman un díptico poderoso que invita al espectador a redescubrir el estilo musical de uno de los grandes compositores del siglo XX.

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