Noticias

Xavier Velasco y la novela del hombre que quiso desaparecer

0 11
Operación RarotongaEn una madrugada sigilosa, Sol y la guapa Sally zarpan hacia el Pacífico por el Mar de Cortés. Destino: las Antípodas.Bahía de Muertos, Baja California. Abril de 2023.¿Desertor? ¿Forajido? ¿Fugitivo? Outlaw? Tal vez no exista una palabra exacta para definir al canadiense del catamarán. Bástenos con saber que hoy por la mañana salió temprano a bordo de su barca, el Ciao Tao, de la bahía de Playa Balandra con destino a Bahía de Muertos, acompañado de la guapa Sally: una perra mestiza tepozteca que lleva ya dos años de dormir en la cubierta del Ciao Tao. Es el atardecer del Jueves Santo de 2023. Faltan doce horas para la gran fuga.No se puede decir que el navegante al mando del Ciao Tao esté en paz con las leyes y sus representantes. Hace dos años que se venció su visa y la idea es salir de tierras mexicanas sin avisar a autoridad alguna. De por sí no le gusta la burocracia; mucho menos ahora que está a punto de abrirse una ventana meteorológica por la que escapará en dirección al Océano Pacífico. Lo que los navegantes llaman weather window: una oportunidad esquiva y veleidosa que no entiende de trámites ni pasaportes y ya empieza a asomarse en la distancia.Sólo una vez al año, justo en Semana Santa, los marinos se cuelgan de los vientos alisios para tomar la ruta al ecuador, y de ahí hacia el poniente, como siguiendo el tránsito del sol. En el caso preciso del Ciao Tao, en dirección a una de las islas Cook —Rarotonga, la más grande de todas— donde Solomon Hopkins tiene una vieja cita con el destino, de la cual sólo ha hablado con un par de mujeres, contando por supuesto a la guapa Sally. Una travesía larga e incierta, por decir lo menos, que un marino común hallaría temeraria para un catamarán como el Ciao Tao —“dos canoas amarradas”, se burlará más de uno— pero Solomon Hopkins lo ve de otra manera. “Naturalmente”, explica, divertido, “dos canoas pequeñas y flacuchas, unidas entre sí nada más que por cabos y travesaños, no es lo que mucha gente identifica como seguridad, pero lo que yo intento es nada más abstenerme de hundirme”.Nunca una barca de mayor calado que el Ciao Tao —con solamente 30 pies de eslora, equipada con un sistema multicasco que la vuelve extremadamente flexible— habría siquiera intentado anclar en las aguas superficiales de Playa Balandra, ni quizá pasaría inadvertida en su furtivo tránsito por el Mar de Cortés. Por lo demás, no es fácil sospechar que quien navega a bordo de dos canoas atadas, con solamente un chucho por pasajero, se ha propuesto cruzar el Océano Pacífico.Si otros surcan los mares en busca de proezas admirables y marcas a romper, el canadiense aspira a la pequeña hazaña de desaparecer de todos los radares. Una victoria íntima de la soberanía a la que en estos tiempos de control y obediencia se le teme vecina del desenfreno. O sea que el capitán del Ciao Tao sólo alberga un temor desde que levó el ancla en Balandra, y éste es ir a toparse con un guardacostas.Un día de navegar por el Mar de Cortés —nupcias extravagantes del agua y el desierto, como en un espejismo sin orillas— entraña la impresión de recorrer varias eras geológicas. Con la costa de la península a estribor y la isla Jacques Cousteau a babor, Solomon pasó el día fantaseando con un par de escenas de Jurassic Park y jugueteando con la tentación latente de quedarse a vivir en aquella península de por sí alucinante. Todavía en la tarde de ayer, una pareja de navegantes holandeses que le había ayudado a dar con Playa Balandra insistió en disuadirlo, ofrecieron incluso quedarse con Sally, y la oferta llegó a ser tentadora.La verdad, sin embargo, es que no hay vuelta atrás. Antes que preocuparse por su bien, se mira el canadiense a merced de una fuerza que no sabría explicar, misma que ahora le arrastra en dirección al Océano Pacífico y todo cuanto de él pueda ocultársele. Se ha trazado una ruta rigurosa, cual si mediara algún designio irrebatible. Del modo en que lo ve, no le queda elección en cuanto a su destino, aun si otros no logran entenderlo y hasta hace pocos días buscaban la manera de disuadirle.La semana pasada salió de La Paz (donde compró el total de los pertrechos que habrán de acompañarle durante el viaje, desde los alimentos hasta el combustible, entre una larga lista de pequeños detalles, cada uno de enorme relevancia), prácticamente huyendo de la marina donde vivía anclado y atendiendo al consejo de un marinero rico en experiencia que lo ayudó a soltar amarras en camino a Balandra. La idea era darle la vuelta a la península, navegando tan lejos de Los Cabos como del litoral de Sinaloa. Tras unos cuantos días de gozar de la playa con su pasajera, varias de sus aplicaciones electrónicas coincidieron en una misma alerta: los vientos y corrientes adecuados estaban por llegar al punto de partida hacia el océano, que es justamente Bahía de Muertos.Faltaban todavía algunos malabares, como sería servirse de los vientos del norte para ahorrar la mayor cantidad de gasolina, y al propio tiempo tratar de eludir las posibles tormentas que éstos traerían consigo. Era incluso algo tarde para soltar amarras, pero tras unas cuantas peripecias estarían perfectamente a tiempo para dar el gran salto hacia la inmensidad.Hace una deliciosa noche de primavera en Bahía de Muertos. Dan ganas de quedarse, una vez más, pero es aún mayor la compulsión de alejarse del resto de la especie humana, ya sea que se trate de amigos entrañables o severos burócratas: adentrarse en el Mar de Cortés, trazar una gran línea hacia el sureste y torcer enseguida en dirección suroeste, evitando avistar tanto la tierra como cualquier tipo de embarcación.Pensamos que el destino se nos hace presente cuando sus signos entran en armonía. En la última orilla del atardecer, Sol y Sally caminan silenciosos por la playa. Luego él hace su yoga y ella corre a pescar su comida del día entre el oleaje manso del Mar de Cortés. De pronto cacha un pez, en buena parte gracias a sus patas palmeadas, que operan como remos y le dejan llevar la presa hasta la orilla, donde el hocico se aplica al relevo.Conforme el sol se va, brotan allá a lo lejos las luces de un pequeño restaurante. Sopla un viento venido del desierto de Baja California, cuyas montañas van desdibujándose. Todo parece estar en su lugar, Sol juraría incluso que Sally está contenta. Cuando la noche cae, ambos están dormidos. Listos para afrontar la gran incertidumbre.Nada más amanece, Solomon se percata de que el agua se mueve justo en la dirección que necesitan y el viento se desplaza a una velocidad que estima entre los quince y veinte nudos. Una belleza, pues, y asimismo un augurio bienvenido. Momento de llevar a la guapa Sally a visitar la playa y dejar un tributo a manera de adiós: la última caquita en tierra firme. A saber cuándo y dónde vuelva a tener otra oportunidad.De regreso en su barca el hombre se pregunta, entre el escepticismo y el entusiasmo, por qué allá en la distancia los marineros van con tanta prisa. ¿Será que ya se abrió la ventana esperada? ¿Y cómo no, si ahora el Ciao Tao cruza las olas a velocidad tal que obliga al navegante a acortar vela? Puede aún mirar las luces a la distancia, pero igual va volando camino del Pacífico y apenas tiene tiempo para maniobrar, dada la rapidez con la que avanza al sur, al este, al oeste, en un zigzag constante que lo trae esquivando las corrientes, el tránsito, la civilización en todas sus posibles manifestaciones.Cinceladas de golpe por la luz matinal, las montañas se alejan con todo y la península. A juzgar por el mapa, el bote avanza en una línea ideal, así que el del timón menosprecia los riesgos de la velocidad y se deja llevar por los que, ahora lo sabe, no pueden ser sino vientos alisios. “Un regalo de México”, se dice el canadiense, que para estos momentos es propiamente un prófugo.El plan funciona, pues, a la perfección. Cuando se hace presente a simple vista, la línea de la costa parece nada más que una mancha de bruma en el horizonte. De aquí para adelante, la única guía activa del Ciao Tao tendrá que ser la brújula magnética, que es buena compañera del instinto y no deja señales de su paso. Sólo al final del día, no sin algún desdén por los tiempos en boga, echará mano Sol de artefactos y pantallas electrónicas.Una de las señales más poderosas que el canadiense tuvo para zarpar apela justo al nombre del punto de partida. Pues si, como recién ha comprobado, las ventanas meteorológicas no esperan a nadie, ni contemplan los trámites burocráticos, una playa escondida que lleva el nombre de Bahía de Muertos invita por sí misma a cerrar un capítulo y volver a nacer en el vientre materno del Océano Pacífico.La muerte, por supuesto, es uno de los tantos adversarios con los que ha de lidiar el navegante solitario y furtivo, pero lejos está de ser un personaje extraño en la tortuosa historia de Solomon Hopkins. Ni siquiera sería exagerado sugerir que son viejos conocidos. Tras veintitantos años de forcejear con ella, el canadiense sabe —se lo dice el instinto— que es hora de volver a hacerle frente.AQ

Comments

Комментарии для сайта Cackle
Загрузка...

More news:

Read on Sportsweek.org:

Otros deportes

Sponsored