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El archivo que vela por los pecios españoles: un Vaticano en La Mancha

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El archivo que vela por los pecios españoles: un Vaticano en La Mancha

 Álvaro de Bazán y Guzmán nació en Granada el 12 de diciembre de 1526 y murió en Lisboa el 9 de febrero de 1588. Al fallecer legó al mundo dos herencias de muy distinta talla y taraceado. La primera provenía de su leyenda de almirante español invicto en su lucha contra franceses, turcos, ingleses y otros enemigos que el mar indispuso contra la monarquía y las escuadras españolas, unos hechos que durante siglos han avivado la imaginación de muchos historiadores y amigos de su figura y el pasado; y, la segunda, más asentada en lo material, proveniente de un palacio que erigió en una villa insospechada, muy alejada de las costas; un edificio, hecho tierra adentro, de una apariencia discreta y paramentos engañosos que no revelan ni incitan a pensar en ningún momento en los diversos tesoros que esconde en su interior.

En sus numerosos viajes, salpicados de travesías y estancias por diversas islas, países, ciudades y puertos, Álvaro de Bazán, del que la pintura ha dejado un retrato de hombre de ojos claros, semblante severo y mirada firme, propio de un militar de la Armada que rindió 36 castillos, derrotó ocho capitanes generales, capturó 44 galeras reales y 99 galeones, había conocido la nueva pintura que alentaba el Renacimiento italiano y le quedó siempre la fascinación de algún día emular en España aquella estética revolucionaria que traían esos tiempos nuevos. Un proyecto que, después de las habituales demoras, decide levantar un palacio en las tierras que sus antepasados adquirieron al emperador Carlos V, preocupado por entonces por sufragar los gastos derivados de la empresa americana.

El interior del Palacio del Marqués de Santa Cruz es una joya artística y aquitectónica en sí misma
El interior del Palacio del Marqués de Santa Cruz es una joya artística y aquitectónica en sí misma La Razón

Invitó entonces a una amplia corte de artistas italianos a que se asentaran en una localidad manchega, hoy algo más retirada del trasiego de las grandes vías, pero entonces ubicada al lado del camino real y a un punto equidistante de los puertos que iban al océano y aquellos otros que miraban al Mediterráneo. De esta manera, llegaron al Viso del Marqués, en Ciudad Real, gentes de muy distinta naturaleza y talento, como Giovanni Castello, más conocido por su sobrenombre, «El Bergamasco», y Giovanni Bautista Olamosquín, admirado ya como arquitecto y escultor, que, entre 1564 y 1588, ayudaron a edificar y completar la ornamentación del Palacio de los Marqueses de Santa Cruz, un puntal del arte español del siglo XVI, hoy desconocido por muchos, que desde 1949 alberga uno de los depósitos documentales más relevantes de la marina española: El archivo-Museo de la Marina Don Álvaro de Bazán.

Hasta 2088

Un conjunto de legados que fueron depositados en este lugar a partir de 1949, cuando los herederos de esta casa, debido a sus vínculos familiares con la Armada, decidieron ceder y poner en disposición al Museo Naval a cambio del simbólico estipendio de una sola peseta. Una curiosa relación contractual que ahora se renueva de nuevo, coincidiendo con la celebración de la reunión semestral del Real Patronato del Museo Naval, y que extenderá este acuerdo hasta el 31 de diciembre de 2088. Un hecho de evidente importancia y alcance porque, si dispusiéramos en línea, uno detrás de otro, las cajas y carpetas documentales que se conservan en sus sótanos y plantas, alcanzarían la longitud total de 15 kilómetros. «Aquí descansa la documentación de Armada desde 1784 hasta 1939, y contiene tantos expedientes militares de oficiales y jefes como hojas de servicio, expediciones, tanto las de Indias como las de Filipinas, información jurídica, expedientes médicos y de sanidad, y toda la información histórica de este tiempo relacionada como la armada, tanto de intendencia como de astilleros», relata a este diario Juan Mestre, su director.

Aquí se conserva todo lo relacionado con la batalla de Trafalgar, la causa del acorazado Maine, que explotó en la bahía de la Habana y abrió la guerra de Cuba en 1898 –y que la prensa americana, haciendo hincapié en el sensacionalismo, aireó en grandes titulares- o los sucesos de la Guerra Civil española, Pero, lejos de ser una colección de relaciones y diversas consignaciones reservadas para examinar solo el pasado, este archivo juega en la actualidad un destacado papel para proteger el legado histórico y patrimonial español. Gracias a lo que custodia, los investigadores y jueces pueden hoy defender gran parte de nuestros pecios. «Precisamente la información que conserva garantiza que se puedan corroborar la nacionalidad de los barcos hundidos y que no sean expoliados», insiste Juan Mestre.

El interior del Palacio del Marqués de Santa Cruz es una joya artística y aquitectónica en sí misma
El interior del Palacio del Marqués de Santa Cruz es una joya artística y aquitectónica en sí misma La Razón

Vicente del Campo, encargado del archivo, insiste en este punto crucial y, mientras, delante de él, conserva uno de esos documentos esenciales. «Aquí mismo tengo el pleito que hubo contra la empresa Odyssey. Se ganó aquel juicio, que se celebró en Tampa, por la documentación que aportó el Palacio. Aquí está el expediente que certificaba que ese navío tenía pabellón español. Se sacó el Real Decreto de Nuestra Señora de las Mercedes, que dice es que es una fragata del rey». Él mismo reconoce que muchos investigadores acuden a estas salas para indagar en «cuadernos de bitácora y trazar el recorrido que hacían los buques. Algunos de estos barcos se han podido localizar gracias al archivo. Gracias a lo que tenemos aquí se garantiza que esos hundimientos estén protegidos», explica él mismo.

Expediciones científicas

Pero, aparte de proteger la herencia española que permanece bajo las aguas, este archivo también aporta otra cara no vista de la Armada española. Esa otra, en ocasiones ignorada, que constituían las expediciones científicas emprendidas por la corona, y que no solo recoge datos geográficos, humanos y naturales, también da relación de distintas enfermedades, males y dolencias, contribuyendo a avanzar a la medicina. Por supuesto, también quedan aquí vestigios que apelan a una memoria más mítica, como las patente de corso, que autorizaba el rey y permitía a los marinos abordar barcos de los ingleses y quedarse con sus tesoros, que, en muchas ocasiones, habían sido primero españoles. «El edificio ha tenido mucha vida. Primero sobrevivió al devastador terremoto de Lisboa, en 1755, que lo afectó y, debido a eso, el gran salón perdió la pintura de la batalla de Lepanto», comenta Andrés Pisa, guía del palacio. Él mismo cuenta que los frescos cubren una superficie de 8.000 metros cuadrados, algo inaudito y único en nuestro país y en otros muchos, que muchos de estos pintores, que representaron en las paredes figuras míticas y grandes batallas relacionados con Álvaro de Bazán, los trajo este de la ciudad de Génova, y que Felipe II, que conoció estas estancias, decidió llevárselos después a El Escorial, donde trabajaron. De hecho, la famosa escalera del monasterio madrileño parte de la que se diseña aquí y que fueron los mismos artistas de este palacio lo que después recubrirían de representaciones pictóricas la sala de batallas del cenobio esculiarense.

Pero el Palacio tiene detrás más historia de la que se imagina de antemano. Por aquí no solo pasaron grandes hombres de la corte en los momentos de apogeo de la monarquía española. También fue ocupado por las tropas napoleónicas, unas tropas desdeñosas con el arte, destructiva y rapaces, que dejaron marcas y firmas en los muros pintados y que, durante sus sucesivas pernoctaciones en estas galerías, es cuando desapareció el Tiziano que presidía el altar mayor. También sufrió las guerras carlistas y durante la guerra civil española se usó como hospital -hay un grafiti que indica que ahí murió un niño de corta edad-, y, después, también, se empleó como cárcel. Unos avatares que, como contrapartida, les ha dejado también un curioso rumor, como relata Andrés Pisa. «Recuerdo que a veces luces que debían estar apagadas, estaban encendidas. Pero eso puede suceder. Lo curioso es que hubo una visita que me dijo qué hace aquí un soldado regular. Yo le dije que aquí hay militares, pero que es personal de la Armada. No hay regulares. Pero aquella visita me insistió que había visto uno en la capilla del oratorio. Le conté que durante la Guerra Civil, en las estribaciones de las montañas, hubo una partida de maquis y que se trajo una parte de un regimiento de esos regulares, pero que hoy no es posible. No hay. Lo interesante es que después, una segunda visita, me dijo lo mismo: habían visto un regular y, también, en el oratorio. Y no solo esto, sino que ha habido una tercera visita, que también me dijo qué hacía un regular en ese lugar. Ya son tres veces y las que vendrán. Yo nunca he visto nada, que esto quede dicho, pero algunos ya dicen que es un fantasma. A saber».

Inspiración novelesca y de cine

El Palacio de los Marqueses de Santa Cruz es Monumento Nacional desde 1931 y, aunque muchos desconozcan su existencia, es una arquitectura magnífica y su complejo de pinturas son únicas en España. Tiene 2.500 metros cuadrados por planta, 70 estancias, más galerías, bajo y alta, y una escalera principal. La mayoría de ellas decoradas con esmero. Esto ha hecho que en este lugar se haya rodado «El rey pasmado» y la serie «30 monedas» de Álex de la Iglesia, porque, debido al espectáculo de sus frescos, es fácil recrear aquí los palacios vaticanos y usar estos fondos como si fueran los mismos que tiene la sede de San Pedro. Pero no solo eso. Aquí es donde también se filmó la película sobre el capitán Alatriste y el sitio donde el escritor Arturo Péréz-Reverte acudió para documentarse para su libro sobre la batalla de Trafalgar. De hecho, este lugar es citado por el escritor en otra de sus obras: «La carta esférica».

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