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Una ruta de respeto y dolor

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Cuando aquella densa mañana de julio, Raisa Martínez Cuevas llegó a la puerta de la funeraria Santiago, quedó paralizada: «Llevo 20 años trabajando como coordinadora de servicios fúnebres y nunca había visto algo así: había ataúdes en todos los salones, en la puerta de la cafetería y el baño… Me quedé en la escalera sin saber si entrar o no y tuve que ponerme fuerte para no romper a llorar».

No imaginaba esta menuda mujer, acostumbrada a recibir reportes desde hospitales, organizar recogidas, ubicar en capillas, definir horarios y destino final, que este sería el preludio de varios días de tensión y dolor para los Servicios Necrológicos (SN) en Santiago de Cuba.

«Fue una situación muy difícil —recalca—. Esta funeraria tiene capacidad para 11 fallecidos y en una jornada llegué a contar 41. En más de una ocasión vi a mi director con lágrimas en los ojos porque no sabíamos qué hacer. Yo trabajaba 24 horas, iba a mi casa y volvía 24 horas más.

«Las coordinadoras no llevábamos protección especial. Sin gorro ni guantes, a veces teníamos que entrar a una capilla ante el llamado de un familiar. Mi familia insistía en que me cuidara y lo hice. Mi nietecito dejó de visitarme…, pero yo no podía darle la espalda al trabajo».

Como quien intenta alejar un mal momento, cuenta de las ocasiones en que debió coordinar varios entierros de una misma familia: «Desde el hospital Ambrosio Grillo reportaron la muerte de un padre. El hijo dio los datos para hacer el certificado de defunción y como a la media hora falleció también. Después una hermana… fue la familia casi completa».

La historia de esta santiaguera, salvando tintes personales y singularidades locales, ha sido la de miles de trabajadores de los SN en todo el país, a quienes la COVID-19, con sus picos y oleadas, rompió todas las previsiones y rutinas. Ninguna sociedad estaba preparada para la letalidad de esta pandemia y hubo que buscar solución a varias contingencias juntas.

Esos colectivos, generalmente pequeños en cada municipio, conscientes del carácter sensible de su labor, han vivido también en «zona roja», tenso contraste con la sobriedad grisácea de sus maniobras habituales. JR los visitó también en Pinar del Río, Artemisa, Matanzas y Cienfuegos, donde la muerte se ensañó por momentos en su cosecha de dolor durante esta convivencia, nada pacífica, con las variantes del SARS-CoV-2.

Mover el dolor

Es difícil satisfacer las demandas de los familiares cuando una parte significativa del parque de autos está paralizado en todas las provincias. Para ayudar en el traslado desde los hospitales hasta las funerarias u otros municipios, las direcciones de Comunales contrataron cuentapropistas y varios organismos adaptaron sus vehículos, como Etecsa, en Santiago de Cuba, y la universidad pinareña Hermanos Saíz Montes de Oca.

«Han sido excelentes, unos y otros», agradece María del Carmen Saldívar Charón, administradora de Monteserín, la funeraria interprovincial pinareña, y recuerda jornadas en que pasada la medianoche aún quedaban en el hospital casos del día anterior.

Heriberto Fernández Machín, chofer del microbús universitario, ratifica: «Uno ve a los dolientes, al sepulturero que da pico y pala de madrugada, a los trabajadores de Comunales que no tienen horario, y eso solo puede inspirarnos para trabajar mejor».

El proceso fue también estresante para los SN de Santiago y Matanzas. El primero tenía 13 carros fúnebres y solo la mitad activos. El segundo contaba con 28, y al inicio de la pandemia 11 estaban fuera de servicio. Cuando no fueron suficientes, se le asignaron a Matanzas cinco vehículos con capacidad para trasladar dos ataúdes y se arrendaron otros cinco a TaxiCuba.

En Artemisa, sus 14 autos fúnebres nunca estuvieron al ciento por ciento de disponibilidad técnica, se duele Maura Cinta Jaime, jefa de SN en la dirección provincial de Higiene, Áreas Verdes y Necrología (Hiverne): «A veces tardamos de tres a ocho horas para hacer el traslado. Cuando se unen fallecidos, tratamos de priorizar a quienes tienen al difunto en casa, más si conviven con adultos mayores o niños».

Traje de despedida

Reto notable en todo el país fue la disponibilidad de ataúdes. En un día normal, la fábrica en Candelaria del Sur produce 25, con esfuerzo 30. Imaginen los días de inhumar en Pinar del Río entre 70 y 80 difuntos: «Un reclamo frecuente de las familias es que no tienen cristal. Pero es algo que no está en nuestras manos», explica Saldívar Charón.

Como otras provincias, aumentaron la plantilla de tapiceras e involucraron en esta delicada misión carpinterías estatales, a cuentapropistas, establecimientos de Industrias Locales y artistas del Fondo Cubano de Bienes Culturales.

En Matanzas, la elaboración de sarcófagos estaba en el orden de los 500 mensuales en Cárdenas y 230 en la cabecera, aptos para el promedio habitual de fallecidos, con una reserva por encima de los 150 para mantener la secuencia de producción y distribución. El panorama cambió a partir de enero, cuando se sobrepasaron los 800 fallecidos, y más con el cuarto rebrote.

El administrador de la fábrica matancera, Michel Pérez Santillano, asevera que en julio fabricaron 749 ataúdes, y agradece que se sumaron cuentapropistas voluntarios y hasta familiares, porque la tarea era de domingo a domingo.

Cuando los grupos temporales de trabajo de cada Gobierno provincial constataban la letalidad asociada a la variante Delta, fueron solicitando insumos con más celeridad.

«Solo con el esfuerzo de la provincia no alcanzaba, y hubo que traer madera de Pinar del Río, Holguín y Villa Clara», cuenta Guillermo Díaz Delgado, director provincial de Comunales, y resalta: «Cada vez que solicitamos algo a la dirección del país nos respondió con rapidez, como las puntillas, los tejidos y la madera».

En julio hubo 2 280 fallecidos en esa provincia, cifra a la que tardarían cuatro meses llegar en condiciones normales. Villa Clara y Cienfuegos enviaron 40 ataúdes cada una. Y como la vida es un ciclo, a Matanzas le tocó en otro momento enviar 80 cajas a Pinar del Río y Artemisa.

En el Oriente de Cuba se descentralizó la producción hacia los municipios para evitar trasiegos, y en la fábrica santiaguera se organizaron tres turnos de trabajo. Así pasaron de unas cien unidades diarias a 150. Hoy tienen en el municipio cabecera más de 300 sarcófagos de reserva y aspiran a llegar a 500.

Adiós a las almas 

Todos quieren dar un último adiós decoroso a sus seres queridos, pero con la pandemia se hizo difícil. Ese tormento ha tocado los corazones de muchas familias. Era impensable velar a todos los fallecidos por COVID-19, pos COVID-19 u otra causa.

En Matanzas existen 39 locales: 12 funerarias municipales y el resto son capillas en pequeños poblados, que no dieron abasto. En Vueltabajo, donde el pico pandémico tiene su centro desde agosto, Monteserín es la funeraria con más movimiento. Su administradora explica que todas sus capillas prestan servicios y habilitaron nuevos locales para los velatorios.

Gustavo Aldana Quintana, subdirector de SN en Santiago, no puede evitar la humedad en sus ojos. Cuenta de la necesaria labor de convencimiento con los trabajadores, porque la gente en la calle les metía miedo: «Buscamos medios de protección, dimos el ejemplo y se consagraron; hombres y mujeres».

En varias provincias fue necesario contratar trabajadores para apoyar a la coordinadora y pizarrista de turno, y aumentar los ayudantes, pues mientras los fijos estaban en los hospitales alguien debía dar el servicio interno.

En Santiago contrataron inspectoras estatales de Transporte que estaban interruptas para aumentar la atención a las llamadas, y Etecsa instaló teléfonos punto a punto que enlazaban los hospitales con la funeraria. Su plantilla de 65 plazas creció en esos días con casi 20 contratos.

También los directivos hicieron de todo, y muchas veces fue necesario trabajar sin medios de protección: «Tuvimos que hacerlo y lo hicimos, y ninguno de nuestros trabajadores que estuvo directamente con fallecidos, ni ayudantes ni choferes ni sepultureros, se enfermó».

Polvo somos

En Matanzas, los días más fuertes de pandemia fueron del 10 al 12 de julio, con más de 90 fallecidos diarios. Pero todo ese mes fue duro en cuanto a coordinación entre los hospitales, las funerarias y el crematorio, donde incineraron 213 cuerpos en ese mes, indica Ángel Hernández Pérez, su administrador.

La instalación santiaguera no dejó de prestar servicio, aun a riesgo de que se resintiera su tecnología.  En la etapa más dura solo paró 24 horas para un mantenimiento obligatorio. Se da prioridad a los casos de COVID-19, pero también tienen opción los fallecidos por otras causas.

Otras provincias no han tenido esa opción. Un asunto básico de matemática y sensibilidad que ya tuviera otra salida en Artemisa, si no siguieran empolvados por más de dos años los papeles para un crematorio de restos óseos y cadáveres, cuya terminación estaba prevista para 2022.

Nada se ha adelantado, por razones múltiples: «Las quejas de vecinos promovieron un cambio de sitio y aún no encontramos microlocalización», apuntó Yaril Mena Brito, director de Técnica y Desarrollo del Grupo Empresarial Artemisa.

En Cienfuegos, en cambio, se dio un empujón definitivo al incinerador del cementerio Tomás Acea, con un costo que supera los tres millones de pesos. La obra hoy se encuentra al 27 por ciento: con casi la totalidad de la parte tecnológica lista, resta completar la parte civil. Para diciembre esperan llegar al 95 por ciento, estima Oileder Tardío Rodríguez, subdirector de inversiones. Este servicio tendrá carácter regional, pues atenderá localidades matanceras y espirituanas.

La tierra generosa

Cuando se entra al cementerio San Carlos, de Matanzas, un silencio ensordecedor atribula al más fuerte. Las dos enormes campanas de bronce refuerzan esa aflicción, con sus cuatro toques que doblan por cada fallecido adulto y —más duro aún— si se escuchan tres toques de la mayor y uno de la pequeña, señal de que el difunto era menor de edad.

El pasado 9 de julio fueron 31 personas: 124 campanazos desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. «Ese día ya no podía más del cansancio», atina a decir un sepulturero con 16 años en el oficio, Pedro García Rodríguez.

«Nunca con mala cara, a pesar de trabajar durante semanas más de 14 horas diarias», recalca. «La familia merece respeto, porque en medio de su dolor, si le sumas groserías y maltrato sería el colmo», añade, y recuerda que trabajaron de noche con las luces de los carros y lámparas recargables.

Pero no siempre las campanas doblaron en un lugar de elección individual: muchas familias no tenían capacidad en sus bóvedas o nunca pensaron en eso, confiando en que el Estado siempre da solución. Varias ciudades se vieron obligadas a recurrir a capacidades disponibles en otros poblados, liberar espacios en bóvedas estatales y de organismos, gestionar exhumaciones, apelar a la solidaridad, acelerar los planes de ampliación…

En ningún camposanto cubano se apela a enterramientos no convencionales, como fosas comunes o cuerpos en contacto con el suelo: «Aunque ninguna norma cubana prohíbe depositar el ataúd en tierra, a muchas personas les desagrada. Todo se realizó en nichos individuales, de manera muy organizada, con lápidas, de forma que las personas localicen con exactitud dónde está su familiar», remarca Tardío Rodríguez.

Cienfuegos superó su media histórica de 461 fallecidos mensuales, informa Comunales. Solo en la cabecera hubo cinco veces más entierros de lo habitual entre la segunda semana de julio y principios de septiembre.

Tal situación ha puesto sobre el tapete varias problemáticas comunes a los SN en Cuba: puntualidad en las exhumaciones, entrega de terrenos en usufructo e inversiones para ampliar necrópolis: «Las circunstancias nos hicieron trabajar mejor y nos pusieron a pensar», reflexionó el directivo sureño.

Cumanayagua enterró en agosto lo que en tiempos normales se hacía en ocho meses. En ese municipio y en Cruces fue preciso emplear zonas aledañas previstas para ampliación, cuyos terrenos «aún no estaban preparados», dijo Tardío Rodríguez, y precisó que los Programas de Ampliación y Creación de Capacidades, con un monto que ronda los dos millones de pesos, impactan en los 32 camposantos cienfuegueros.

En territorio matancero el programa de ampliación existía antes de 2021, pero no había prisa. Mientras la cantidad de fallecidos siguiera el ritmo habitual, era suficiente un pequeño incremento anual. Ahora están en proceso de construcción 600 nuevas bóvedas estatales en Matanzas, Jovellanos, Cárdenas, Perico y otros municipios, con módulos de 15 capacidades y más nichos para gavetas de osarios.

«Están los recursos, tenemos las áreas y se hicieron las contrataciones con tres cooperativas no agropecuarias —afirma Juan Antonio Rodríguez Cruz, subdirector provincial de SN—. En la necrópolis de Matanzas llegaremos a 2 000 nuevas bóvedas, entre estatales y privadas, porque hay espacio suficiente».

Desde 2020, en los municipios artemiseños de Mariel, Bauta, Candelaria, Artemisa y San Cristóbal propusieron ampliar su camposanto, señala Oyeimis Martínez Quintana, directora provincial del Instituto de Planificación Física (IPF).

Este agosto, un golpe de realidad sacudió el territorio e impuso una ampliación urgente.Cuando las capacidades se agotaron, no quedó otra opción que la tierra, sobre todo si la bóveda familiar se abrió recientemente y cuestiones sanitarias prohíben abrirla en corto tiempo.

Joyce Díaz Cecilia, subdirector provincial de Infraestructura e Inversiones del Gobierno Provincial, explicó que se facilita materiales para edificar 526 formas de enterramiento: bóvedas múltiples con capacidad de entre uno y cinco sarcófagos, y nichos de hasta 16 gavetas cada uno, proyecto que se agradece.

En la puerta del cementerio municipal de Pinar del Río, más conocido como de Agapito, encontramos a Grabiel Camejo Linares. Asegura que en los 18 años que lleva como sepulturero nunca había vivido momentos como estos.

Agapito muestra una imagen diferente desde hace varios meses. Los enterramientos en el suelo desnudo, práctica nada habitual desde hace varias décadas, empezaron a ganar espacio en este camposanto y su periferia. Desde que la COVID-19 marca el ritmo, se han realizado 220 inhumaciones de ese tipo, 112 el pasado mes. Los demás municipios pinareños suman 152.

Solo en septiembre, la más occidental de Cuba reportó más de 1 600 fallecidos, cifra que triplica el promedio histórico para un mes: 480 decesos. No todos se asocian a casos positivos o sospechosos. Ya desde antes eran escasas las capacidades de hormigón, dice Nelson Alonso Loaces, subdirector de Desarrollo de la Dirección Provincial de Comunales.

Maribel Barrios Ledesma, inversionista principal de la Dirección Municipal de Comunales en Pinar, explica que lo planificado para 2021 era la construcción de cuatro nichos, con 28 capacidades cada uno: «Empezamos sin mucha premura porque consideramos que en ese momento no era urgente, pero en julio empeoró la situación y hubo que organizar una secuencia constructiva que se extendía hasta casi las 11:00 p.m. para terminar la obra en menos de 45 días. Hasta el 4 de octubre había disponibilidad de poco más de 50 capacidades, y ahora trabajan en la construcción de otras 800.

Como en el resto del país, Santiago se propone dignificar sus 123 cementerios. La histórica necrópolis de Santa Ifigenia tiene una capacidad de enterramiento limitada, y su plan de exhumación no cubre las necesidades de una ciudad que tuvo que enfrentar reportes de hasta 50 o 60 fallecidos en una jornada.

Las ampliaciones en camposantos como el de El Cobre no se hicieron esperar, y en el área para fallecidos por otras causas en la nueva necrópolis Santiago, que había empezado a construirse con concepciones muy modernas en la zona conocida como Hicacos (carretera de Siboney), más el nuevo cementerio para casos de COVID-19, el Kilómetro 10; en el que se realizó la primera inhumación este 20 de septiembre a las 10:00 a.m., tras casi dos meses de trabajo intenso.

Su administradora, Yuleidis Blanco Pellicier, una licenciada en Enfermería que encontró aquí oportunidad laboral, explica que tiene capacidad para 5 000 difuntos. Ya hay abiertas 500 fosas y solo se habían ocupado siete. Asegura también que está dotado con todas las condiciones para garantizar el estricto cumplimiento de los protocolos de bioseguridad.

El colectivo santiaguero comparte con sus colegas de todo el país una máxima: la cultura del detalle debe alcanzar también los lugares donde despedimos y depositamos a nuestros muertos, para que esa ruta de dolor sea también de dignidad humana.

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