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Ricardo III de Kamikaze, la apoteosis total

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Título: Ricardo III. Autor: William Shakespeare. Versión libre: Miguel del Arco y Antonio Rojano. Compañía: Kamikaze. Dirección: Miguel del Arco. Intérpretes: Álvaro Báguena, Chema del Barco, Israel Elejalde, Alejandro Jato, Verónica Ronda, Cristóbal Suárez y Manuela Velasco. Escenografía: Amaya Cortaire. Vestuario: Ana Garay. Iluminación: David Picazo (A.A.I.). Música: Anau Vilà. Escenario: Palacio de congresos El Greco. Si William Shakespeare hubiera asistido a la representación de su Ricardo III en la versión libre de Miguel del Arco y Antonio Rojano y la interpretación de Kamikaze, hubiera aplaudido con las palmas echando humo y se habría desgañitado gritando ¡bravo! Los adjetivos se quedan cortos para calificar este tremendo trabajo teatral grande, grande, grande. The Tragedy of King Richard III es en origen un drama histórico en cinco actos en prosa y en verso escrito hacia 1593. Es una pieza muy bien documentada por el autor en fuentes históricas, entre las que se incluye The History of King Richard the Third (1513) atribuida a Santo Tomás Moro. Es una de las cuatro obras que escribe el dramaturgo sobre la historia de Inglaterra. Conviene conocer bien el engranaje de la obra Shakesperiana para poder adentrarnos en la profunda actualidad con que van a dotar al texto los versionistas y la dirección de Miguel del Arco. En el centro del drama se halla el personaje del usurpador Ricardo, duque de Gloucester, que comienza alabando a su hermano, el rey Eduardo IV, hijo mayor de Ricardo de York, en un monólogo en el que ya es evidente la envidia y la ambición de Ricardo, ya que Eduardo gobierna el país con prudencia y sabiduría. Ricardo es un feo jorobado, que se describe como «deformado y mutilado», que, escondiendo bajo benignas apariencias sus diabólicos planes, hace que su hermano Eduardo IV sospeche del otro hermano, Jorge, que le precede como heredero al trono, sea recluido en la Torre de Londres como sospechoso de asesinato; luego lo manda matar por sus sicarios. Ricardo, la encarnación de la persona abyecta, corrupta, ambiciosa y malvada, corteja a Ana, viuda de Eduardo de Lancaster, tras haber asesinado a su marido y a su padre. Esta, tras insultar a Ricardo, cede a sus pretensiones y se compromete a casarse con Ricardo. Muerto Eduardo IV, Ricardo, convertido en protector del reino durante la minoría de Eduardo V, conspira para usurpar el trono. Recluye al joven rey en la Torre de Londres y con la ayuda del duque de Buckingham se hace proclamar rey, ordena asesinar a los hijos de Eduardo IV y se quita de en medio a todo el que se interponga en su camino. Para fortalecer su posición, el usurpador repudia a Ana para casarse con su joven sobrina Elisabeth de York y persuade a la viuda de Eduardo IV, la reina Elisabeth, a consentir en ese matrimonio. El drama continúa con la rebelión de Buckingham, que se declara partidario del conde de Richmond, que es capturado y muerto. Tantos crímenes no pasan desapercibidos y Ricardo pierde todo el apoyo y se tiene que enfrentar con el conde de Richmond en la batalla en Bosworth. La noche antes de la batalla, los fantasmas de la gente que mató le visitan y le auguran: «¡Desespera y muere!». Ricardo muere en la contienda derrotado en combate cuerpo a cuerpo con Richmond, quien lo mata con su espada. Subirá al trono Richmond con el nombre de Enrique VII. Hay escenas míticas bien conservadas en la versión actual, como aquella en que la vieja reina Margaret maldice a los demás personajes del drama y las maldiciones se van cumpliendo; es extraordinaria la escena de la frase «mañana en la batalla piensa en mí»; y es también famosa la exclamación de Ricardo, solo en medio del campo de batalla, llora desconsoladamente implorando: «Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo». La sangre, la violencia, el carácter vigoroso, aunque poco sutil, de Ricardo, la ambición de poder a cualquier precio, la desconsideración a las personas…recorre toda la obra. La versión de Kamikaze mantiene la historicidad de la trama, pero ha contextualizado el estado de maldad en un tiempo indefinido con referencia a un presente que a todos nos es cercano por reconocible. Hoy también hay ambición de poder y hay corrupción y se hace lo que se tenga que hacer para deshacerse del contario y en ciertos poderes se funciona como si hubiera patente de corso. Miguel del Arco lo deja tan evidente que atrae la atención con la fuerza violenta de los personajes históricos y las connotaciones reconocibles de nuestro mundo. La dupla Shakespeare-del Arco han conformado un espectáculo teatral mucho más potente que el original. Y a todo hay que sumar o multiplicar por mil la aportación grandiosa de Israel Elejalde que hace un Ricardo con una carga de matices mucho mayor que la que nos presenta el rey usurpador en la obra de origen. La versión que nos ofrece Kamikaze la sintetizo en dos ideas claves: la lucha por el poder y la manipulación para alcanzarlo y para permanecer en él. Hay mucho más: envidias, corrupciones de todo tipo, codicia, injusticia, fake news, engaños políticos, intereses partidistas… Bueno, lo que viene siendo un día normal en la vida pública española del siglo XXI. Creo que el director ha conseguido que no veamos la obra como un clásico, sino como una creación de actualidad, con una crítica social necesaria y evidente, no de valores esenciales y eternos, que también, sino de comportamientos éticos y morales que contemplamos en personajes de actualidad en los telediarios de cada día. El mal es más noticioso que el bien y, por supuesto, es muy teatral. Y el mal en esta presentación está repartido, no solo es abyecto Ricardo, lo son también quienes le rodean. Otra aportación importante en esta propuesta es que el drama se adereza con humor; no es comedia, pero tiene un halo de comedia. No es que el mal parezca simpático, es que el malvado nos puede hacer reír. Esta conjunción me parece muy inteligente. Son geniales los elementos insertos en la obra, producto de la reescritura actual, como la figura icónica de Franco en cuerpo presente, la parodia del anterior rey o las referencias explícitas a personajes como el policía Villarejo y a tipos de similar catadura o la manipulación de los medios de comunicación por el poder, que llevan a la sociedad a creerse todo lo que se difunde con fines e intereses espurios. Ricardo III es un espectáculo total, puesto en pie con un elenco de actores que realiza un trabajo excelente desdoblándose en numerosos personajes. Todos están en un nivel sobresaliente: Álvaro Báguena, Chema del Barco, Alejandro Jato y Cristóbal Suárez; muy especial es la aportación de Verónica Ronda, y Manuela Velasco. Superlativo es el trabajazo de RicardoIII/Israel Elejalde, que se marca uno de los papeles de su vida; puede hacer reír y ganarse la complacencia o elevarse a momentos climáticos en los que la compasión es imposible. Esta creación es un compendio de saber, estudio, reflexión, técnica teatral, intuición y naturalidad. Tiene un dominio absoluto del escenario en el que se desplaza continuamente con movimientos felinos y simiescos y se expresa con un manejo soberbio de recursos: variaciones de la voz, unas veces rica en matices y otras atronadora, lenguaje corporal muy ayudado por su estructura y complexión física y por su adaptación al personaje feo, jorobado y lisiado. En una obra de situaciones extremas, el equilibrio y la sinceridad interpretativa aportan una credibilidad que atrapa necesariamente. Es un actor bestial y monstruoso (en el mejor sentido de las palabras), inmenso. Después de una interpretación de tantos quilates y de un papel tan brutalmente afrontado ¿qué le queda a este enorme actor para su futuro? Nos seguirá fascinando y sorprendiendo. Con el Ricardo III de Kamikaze estamos ante un espectáculo total en el que, además de lo teatral e interpretativo en sí, se integra cine, con inquietantes y creativas proyecciones en movimiento abstractas o reales, fotografía, música y danza. Es un montaje espectacular, dinámico, contemporáneo y muy complejo y, a la vez, muy sencillo en cuanto que con el mínimo de elementos de atrezo (un sillón, una camilla, dos mesas largas de madera y poco más) o vestuario, consigue una enorme variedad de situaciones verosímiles (un baile en la corte, un consejo o reunión de altos cargos o conspiradores, dos ejércitos enfrentados, etc…). La escenografía imaginativa y sobre todo la iluminación detallista que, en ocasiones, consigue alumbrar escenas minimalistas, son muy importantes. Para hilar acciones o transiciones escénicas o como apoyatura a lo que se representa, utiliza una música que se acerca a la estridencia, como si quisiera conseguir potenciar lo desagradable de algunos sucesos. Este cuadro vital necesario ¡ojalá lo viera mucha gente y toda la clase política! es un puñetazo en el estómago y un despertador de mentes ovejunas que incide en el espectador que se siente, o se debiera sentir, asqueado por la acumulación de violencia, corrupción, información interesada, traiciones e intrigas de los poderosos (con especial significación de políticos, banqueros y medios de comunicación). Es decir, el teatro como espejo de la realidad. Esto es cultura de ayer, de hoy y de siempre. Es cultura bien hecha. Es un bien social. Si de verdad se quiere formar individuos, educar ciudadanos y crear sociedad, los poderes que tanto predican las bienaventuranzas bien pudieran dedicar más presupuesto a cultura de la excelencia, que no de las élites, como las que nos ha traído Kamikaze al escenario del Palacio de Congresos El Greco. Ni qué decir tiene que el aplauso del público toledano fue de los más grandes que yo recuerdo en un teatro de la imperial ciudad.
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