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CEÑIDA

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Pedro dejó la guardia en buenas manos. El timonel de la misma era un buen tripulante y sabría sacar partido del viento aquel que les impedía hacer un buen ángulo de ceñida para librar esa punta de la costa que ahora mismo asomaba a cinco grados por babor. Según los partes recibidos se esperaba que el viento rolara unos cuantos grados hacia el oeste y esa circunstancia les permitiría librarla sin tener que virar y perder rumbo directo.

La noche había sido movida. Una gran concentración de pesqueros de bajura les tuvo en vilo desde las cuatro y media porque no dejaron de cambiar el rumbo constantemente. Se ve que los bancos de anchoa no paraban de moverse bajo sus quillas y ellos claramente los seguían con sus ecosondas electrónicas.

Diversas viradas hacia el mar les habían hecho perder unas cuantas millas que con tanto esfuerzo habían ido ganando al buen rumbo. Decididamente ceñir no era de caballeros, como se comentaba siempre entre los navegantes. Donde hubiera viento fresco por la aleta, que se quitara lo demás.

Había que dar un resguardo de por lo menos un cable a la punta debido a unas rocas a flor de agua que ya se divisaban por la espuma que dejaban las olas al romper sobre ellas. Navegaban a unos siete nudos de velocidad y la costa se aproximaba lentamente hacia ellos. Después podrían caer cuarenta grados a estribor y no importaría que el viento siguiera soplando de aquella dirección, pero por ahora no podían arribar ni medio grado.

El barco era grande pero rápido. Estaba construido en aluminio y medía diecisiete metros de eslora. Tenía unos cuantos años y lo trasladaban a un puerto del norte de España para entregarlo. Disponía de molinillos para los winches principales en la bañera y eso hacía que cazar las velas fuera más fácil aunque manteniendo siempre la precaución en su manejo debido al tamaño de las velas.

En ese barco, Pedro había cruzado el Atlántico hacía muchos años y recordaba el placer de surfear las olas de los alisios cuando les empujaban a gran velocidad bajo los enormes espís que podía desplegar. Ahora el barco estaba un poco viejo y no convenía forzarlo tanto. La jarcia estaba en buen estado, pero nunca se sabe cuándo puede fallar un terminal de un obenque o un cáncamo y saltar todo de golpe, yéndose el palo al diablo en un instante.

La mesa de navegación disponía de un sistema cardán, que permitía al navegante poder estar en posición horizontal pese a cualquier escora. Los aparatos de navegación eran básicos: un receptor Gps y un radioteléfono de Vhf, nada más. El barco tuvo instalado un radioteléfono de onda media y onda corta, pero hacía años que se había quitado porque ya no hacía navegación de altura y en la zona que estaba despachado en la actualidad, no lo necesitaba.

Volvamos a la cubierta. Estaban a milla y media de la punta, aproximadamente, y el viento había comenzado a rolar ligeramente hacia el oeste, lo que les permitía ganar unos grados de barlovento. El timonel era fino y mantenía el rumbo sin desviarse ni medio grado. El resto de la tripulación de guardia se había sentado a sotavento, hacia la mitad de la eslora sobre la cubierta. Eso les permitía ganar algo de ángulo de ceñida. Como todos habían participado en regatas, conocían los trucos para aprovechar al máximo el viento.

Esa era otra de las cosas que valoraba Pedro en sus tripulantes. Había navegado con todo tipo de personas en sus travesías y se notaba quiénes habían aprendido a navegar en barcos de regata y quiénes no. Aunque él hacía tiempo que no competía, los conocimientos adquiridos durante tantos años le permitían sacar al barco su máximo rendimiento aunque aquel fuera un caldero.

Al cabo de un cuarto de hora tenían al través la punta, y las rocas se veían cerca pero a suficiente distancia como para pasar con seguridad. La mar estaba en calma y apenas había una ligera mar rizada. Si hubieran tenido un poco de mar de fondo habrían tenido que virar porque en esa zona hubieran roto las olas. Pedro no arriesgaba si no estaba bien seguro de lo que hacía. Amollaron escotas para ajustarlas al nuevo rumbo y el barco aceleró hasta alcanzar los nueve nudos de velocidad.

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