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Pepe Vela Sánchez: La nota más agradable

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No es la suya una personalidad dominante en su mundillo. El flamenco es una olla de potaje que se aliña con caracteres volcánicos, picantes, tunantosos, desahogados, taimados y, también, serios como los notarios. Pero igualmente hay artistas que saben brindarte la nota más agradable de su temperamento. Ese es el caso de un magnífico guitarrista, Pepe Vela Sánchez. Ni una mala voz, ni una mala cara. Educado, cortés, prudente como un diplomático, me ha dicho de él un amigo común que si tuviera que ir a la Plaza de Cuba en coche, para aparcarlo, por prudente lo dejaría en la Barqueta. De Pepe Vela y una serie de amigos corre por ahí una foto de los sesenta donde se le ve junto con los chinorris del barrio con pintas todos de quitarle el cepillo al cura. Todos menos él. Que viste traje de chaqueta de bautizo de la época y corbata de nudo chiquitito, como las que te ponían por aquellos años de Dios para hacer la comunión. La foto es de premio. Con esos y otros amigos trianeros, Vela, se reunía para fumar cigarros amentolados, jugar un pierdepaga en los futbolines y alegrar las reuniones de vecinos del barrio cantando y tocando por fiesta. Su padre lo había mandado con uno de San Bernardo que le enseñó los fundamentos del toque flamenco. Siempre tuvo un oído fuera de lo normal. Ahí arrancó su gran marcha hacia el éxito. En la peña flamenca de la calle Alfarería, «La soleá de Triana», donde se luchó tanto para ponerle un salvavidas a ese palo del Zurraque que se ahogaba en las riadas de los nuevos tiempos, se reunían las gargantas antiguas que la dominaban: Manolo Oliver, El Teta, Antonio El Arenero, El Sordillo, El Alfarero… Vela se convierte en el guitarrista de la peña y sus notas más exactas y agradables las hizo sonar en festivales acompañando al Choza, al Tomasa, al Pali, a Chiquetete, a Manolito Muñiz… Estaba en el camino bueno y en la dirección adecuada. Estaba en la postura. Se habían superado etapas duras. Como la de poner copas en los veranos de la Costa Brava o tocar con un grupo flamenco para guiris en Alemania. Un buen amigo suyo, Juan Cadaval, lo recuerda cuando regresó a Sevilla con unos pantalones de campana blancos, una melena a lo Tony Ronald y unos zapatos de plataforma. Los sevillanos más rancios podían haberlo matado. Pero ambos sobrevivieron a tan espectacular osadía y odisea. Pepe Vela y Romero Sanjuán, otro de los talentos que esta ciudad prodiga en el olvido, formaron el grupo «Altozano». Tocaron en pub y Pulpón los llevaba de gira con Gandía, Josele y Pepe da Rosa. De Romero Sanjuan es la música del pelotazo con el que ganó, ya en Albahaca, el premio municipal Paco Palacios. Un pelotazo de sevillanas. Letra de Manolo Garrido. Que aquella Albahaca, verde y primorosa, integrada por el doctor Keli, Sabino, Pepe Vela y Paco Lola, se encargó de cantarnos y recordarnos cómo «Pasa la vida». Y a partir de ahí el barco comenzó a navegar a toda vela, para cantarle a Lady Di, a las fiestas de Urquijo Chacón, a Carmen Martínez Bordiú en el bautizo de su hija en París, a Juan Abelló, a las infantas de España. Medio mundo se englorió con la nota más agradable de su arte. Tocó en el Waldorf Astoria y en la discoteca Regine´s de Nueva York. Y en Madrid no hubo tablao de postín por donde no dejara el dulce perfume de la Albahaca. En cierta ocasión, Pulpón, los llevo a un festival flamenco en alguna ciudad del sur de Francia. Un festival de exquisitos y aficionados vip. Todos querían ver al Lebrijano, a Juana la del Revuelo, a Pepa Bermúdez. En la copa que dio en su casa el promotor se echó de menos al guitarrista, Pedro Bacán, que se había perdido y no daba con el casoplón. El Lebrijano no lo pasó bien. Pepe Vela le dijo que no se preocupara que salían a buscarlo. Y no más pisar la calle vieron al guitarrista en una cabina de teléfono que estaba frente a los jardines de la casa del promotor. El mundo es a veces tan pequeño…e incómodo. Un amanecer, tras haber actuado en la discoteca Vanity de Madrid, se fue hasta la estación de Irún para tomar un tren. Y vio un vagón absolutamente vacío, sin pasajeros. Y los Albahacas decidieron acomodarse en el mismo, un vagón para ellos solo. El vagón se movía más que el látigo. Era como pasar una semana en Japón. En Burgos un revisor les preguntó que hacían allí subidos, que ese vagón estaba averiado… Para entonces más de uno necesitaba un masajista para los dolores de cuello. Pepe Vela tiene buena mano para los trastes, las notas y la cocina. Guisa tan lentamente como conduce. Y durante los días de confinamiento, todas las tardes, desde la terraza de su casa en la carretera Carmona, cantaba a los vecinos para que los cardos de la pandemia llevaran la sana frescura de la Albahaca. Fue otra de las notas más agradables de un tiempo de música triste. Bautizo La fotografía es de hace veinticinco años aproximadamente. Pepe Vela está actuando en una carpa convertida en un exuberante invernadero para celebrar el bautizo de un vástago de la yet de Normandía.
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