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Lecciones para la vida

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Empecé a ser buen maestro cuando comencé a ser mejor persona. Y eso ocurrió en el momento en el que mi maestra preferida apareció en mi vida... Al mirarla, en sus ojos encontraba la posibilidad de poder volar». Esa maestra es Amparo, la que al hoy también docente Manu Velasco le inspira día a día. Este maestro del Colegio Santa Teresa de León acaba de publicar un libro, «Soñando personas», fruto de reflexiones, de comentarios que escribía en su blog y en las redes sociales. Ha querido «escribirlo antes del que pienso escribir sobre educación», pero ha dedicado una parte importante a esta hermosa tarea, y también a la de profundizar sobre si mismo: «He aprendido a leerme para después describirme», señala, mientras conversa por teléfono con ABC en los días en los que el confinamiento ha dejado a todos anonadados y con mucho tiempo para pensar. Como señala Velasco, «es un libro para reflexionar» a lo largo de poemas y escritos, frases, pequeños pedazos de pensamiento que se deslizan por sus páginas en torno a la educación, sí, pero también en torno al amor y el desamor, la pérdida, la soledad, los sueños y, en definitiva, la vida. Juegos de palabras que vuelan lejos. Reciente finalista de los premios «e-volución», alude a que esta obra, prologada por la periodista y escritora Ángeles Caso, surge de que sus comentarios en redes y su blog eran compartidos por otras personas «y se producía un movimiento muy bonito porque servían también para que las personas hablasen», a la vez que «también sirve para curar heridas y limpiar cicatrices». Desde luego, no precisamente cicatrices dejó su maestra Amparo en él. Regresamos a ella en sus páginas y Manu Velasco afirma que «uno educa como es» y que hay maestros que marcan para bien a un niño: «Amparo, que sigue ejerciendo como maestra, confió en mí. Vi cómo trataba a los niños, cómo sacaba lo mejor de cada uno; era experta en leer miradas y veía cómo llegaba un niño a clase y cómo lo tranquilizaba, le daba ternura, interés y cariño, las «otras TIC», que ha acuñado Velasco. Por eso, dice que le está «eternamente agradecido; es mi modelo a seguir». Estilo «correcaminos» De ella aprendió la importancia de la calma, la escucha y la educación de las emociones, tan contrario al mundo actual, que él no comparte: «Seis años de Primaria dedicados a estudiar las plantas y ni un solo año dedicado a que aprendan a reconocer y a colocar sus emociones donde corresponde», dice en la obra. En ella afirma que «es evidente que no existe mejor manera de no estar en ningún sitio que intentando hacer y estar en todos», o que «educar al estilo correcaminos es tan nutritivo como engullir bollería industrial, por eso debemos guisar a fuego lento, permitiendo y permitiéndoles -a los niños- disponer de tiempo», no con el «virus del apresuramiento». «Todo ocurre en su tiempo natural y no todos los niños aprenden a la vez; esos ritmos hay que respetarlos porque lo contrario puede ser contraproducente y muchos niños se pueden sentir incapaces por intentar adelantar aprendizajes y no sacar los talentos y las capacidades que tienen», comenta. El confinamiento le ha hecho pensar en la parte que se pierde de la educación, «la del contacto con el alumno, la del cara a cara, la de verle la mirada, salvo a través de una videollamada. «Es muy complicado», apunta Velasco, porque «con la educación telemática les pedimos cosas para las que no están preparados, que se autorregulen, y eso hay que enseñárselo antes». Considera que «hay que poner en valor el gran esfuerzo que está haciendo el conjunto de la comunidad educativa, que está salvando el sistema, muchas veces sin los recursos educativos suficientes y manteniendo el ritmo de aprendizaje». Alerta de que también la falta de medios tecnológicos «puede tener un efecto negativo en las familias con menos recursos y eso me preocupa» porque, a su juicio, «hay TIC para todo pero no para todos; no todos tienen varios dispositivos en casa y corremos el riesgo de acentuar las desigualdades». Sale la vena más humana de este docente, la educación en valores, y en su libro escribe que hay un «antídoto sanador: Educar para que -los niños- tengan buena cabeza y sobre todo, y ante todo, buen corazón», y que «el gran objetivo de la educación debe ser conseguir que nuestros alumnos nunca se vuelvan insensibles a sus propias heridas y a las penas de los demás». Para este maestro, estos meses también han podido venir bien a las familias «para estar con sus hijos, aunque también puede haber habido tensiones». Tiene claro que «el ejemplo educa» porque «como nos ven actuar así actúan; los contagiamos con ese virus y los obsesionamos con la velocidad». Señala que si «esto lo unes a la competencia digital, a que todo está a un golpe de clic, es un problema», mientras recuerda que «me cuesta ver a veces a esos niños en un restaurante con sus padres y que se pasan una hora mirando solo la pantalla de un móvil», o «aquel niño que vi en un zoológico, frente a las jirafas y ¡que no las miraba! Solo miraba el teléfono». Concluye con su homenaje a la maestra que le inspiró diciendo que «si este momento nos ha venido bien es para cambiar una lección del libro por alguna de vida y ver en el docente lo que yo vi en Amparo».
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