Noticias

El peso del apellido

0 1

Cada verano, misteriosamente, reaparece Carlos Iñiguez. Empiezo a sospechar que los aparentes encuentros casuales son perfectamente planificados por el hombre de Los Tábanos quién, viejo zorro del oficio periodístico, sabe que en la época estival escasean los temas rugbísticos y se abre una ventana para colar las historias de su club. En un atardecer de Valeria del Mar, mientras caminaba relajado por la orilla luego de un día de calor bochornoso, escuché su inconfundible voz aguardentosa discutiendo con otros viejos carcamanes que compartían un partido de tejo. Era él, calzaba una bermuda Ocean Pacific y una camisa Teens a rayas de 1975 y mientras con la rodilla apoyada en la arena le peleaba el tanto  a sus rivales de ocasión, levantó la mirada y me embocó, ya no pude escapar. “Que haces Dionisi! pedazo de maricón, donde andabas?” me gritó, olvidando el partido que hasta un segundo antes disputaba como un test match. “Te olvidaste de mi, trolo“, la siguió, mientras me apretaba en un abrazo insoportablemente transpirado. “Qué pasa? no nos dan bola a nosotros porque no estamos en el top 12? con razón le dicen Periodismo Cuba a vos y a esos pendejos putitos que te acompañan, vení vamos a tomar un vermouth”. Sin esperar mi respuesta me arrastró hasta la carpa que alquila todos los veranos en el Balneario de Benito Durante y mientras sacaba a los empujones a la mujer, me acercó una silla de plástico, abrió la botella de Cinzano, prendió el grabador Ucoa que ya tenía cargado con un TDK de 90 minutos y arrancó.

Hoy compartimos “El peso del apellido“, la primera de las cinco historias que pude desgrabar, a mi regreso, en un negocio del barrio.

Daniel Dionisi

Mas historias de Los Tábanos

 

El peso del apellido

El espíritu del rugby se consolida con esa cadena genética que transmite los valores sagrados de nuestro deporte de generación en generación. De padres rugbiers nacen hijos rugbiers y toda mujer que se casa con un hombre ovalado sabe que su hijo varón tiene el destino marcado y que el primer regalo que recibirá será una camiseta ultra small del club del padre. Suele suceder que los papás rugbiers pierden la cabeza cuando nace su primer hijo varón y adoptan conductas alocadas. Así, en las clínicas de Buenos Aires, contradiciendo las mas elementales normas de higiene, se ha visto a algún segunda línea de orejas nauseabundas apoyando la cara del recién nacido sobre la pelota embarrada de su último partido de intermedia para tomarle la primera foto, ignorando sin pudor a la madre. En una madrugada de 1981, en la Clínica del Sol, un pilar derecho de Old Philomatian se coló en la nursery para enseñarle a formar a su hijo recién nacido y, con mucho esfuerzo, el personal de seguridad lo apartó del bebé cuando a viva voz lo puteaba por no poner los abdominales tensos.

Generalmente el esfuerzo paterno es exitoso y los hijos se suman, con mayor o menor suceso, a la cofradía ovalada. La historia de nuestro seleccionado está plagada de pumas hijos de pumas. Carlos Contepomi, padre de Manuel y Felipe, Tito Fernández, padre de Santiago, José Luis Imhoff, padre de Juan, Pichino Cubelli, padre de Tomás, Tacho de Vedia, padre de Tomás, la lista es larga pero no incluye a ningún tábano, ni padre ni hijo, ni sobrino. Lo más cercano es Norberto “la lombriz” Rodríguez, inside de la cuarta que salió novena en el 83, que siempre se presentó como primo del Topo, aquel pilar de Los Pumas que se afincó en Australia. Sin embargo nunca llegó a comprobar el parentesco y la duda creció cuando en el 87 vino el Topo con los Wallabies y, ante el pedido de un pase para presenciar el entrenamiento de los australianos, la lombriz acusó una hepatitis y desapareció del club por 45 días.

También, hay que decirlo, muchas veces los hijos cargan con la mochila del prestigio del padre y son sospechados de cierto favoritismo a la hora de recibir la aprobación de sus entrenadores. Pasa en Los Pumas, pasa en los clubes y, por supuesto, ha pasado en nuestra gloriosa Institución. Muchas veces, jugadores medio pelo encuentran su lugar en la primera solo por el peso del apellido. En Los Tábanos, Tomás “Tommy” Ulloa llegó a jugar en la primera sin siquiera conocer el reglamento, solo por ser sobrino nieto de nuestro benemérito líder Don Alcides “Alcancía” Ulloa. Fue en la época de vacas flacas, cuando el plantel superior contaba con solo 16 jugadores y presentábamos Primera, Intermedia, Pre A y Pre B. El mismísimo Alcancía lo sacó a empujones de la cancha cuando Tommy pidió ir al arco. Justamente en esa época dura, en aquellos años de escasez, se desarrolló un curioso y recordado episodio que involucró a una de las familias mas queridas del club: los Elizeche.

El Orangután Elizeche fue pilar de la primera durante 24 años. Un tipo aguerrido, estoico, muy respetado en el club, un gordo bueno afuera de la cancha que se convertía en un despiadado depredador cuando cruzaba la raya de cal. El Orangután es de la época en que los pilares eran sanguinarios en el fondo de cualquier montonera (ruck) pero no tocaban la pelota. Él mismo, apenas tocó la pelota tres veces en sus 24 años de tábano, dos fueron knock ons. A principios de los setenta, cuando se retiró Elizeche, quedó un vacío enorme en la primera línea verdinegra. Durante años no surgió nadie que pudiera reemplazarlo y, en la época oscura, prácticamente desaparecieron los primeras líneas de Luis Guillón y sus alrededores. Hasta el fideo Amuchástegui, un alfeñique de 62 kilos, llegó a jugar de pilar ante la escasez. Eran los años del SIC de Ocampo/ Villegas y jugar sin un scrum competitivo era suicida. Pero cuando el club estaba al borde de la desintegración se prendió una luz porque a los 12 años Ricardito Elizeche, hijo del Orangután, despegó y empezó a mostrar un desarrollo físico interesante respaldado por la herencia genética de su padre. Cundía la desesperación por la falencia del equipo en el fijo pero el “orangutancito” (así lo empezaron a llamar) encendió la esperanza.

Sin embargo, como suele suceder, la impaciencia llevó al error. Luego de un debate de la comisión en la Asamblea de fin de año presidida por Alcides Ulloa y con la anuencia del Orangután, se decidió estimular el crecimiento de Ricardito con un tratamiento hormonal. En marzo del 77, cuando el club se reencontró después de las vacaciones, Elizeche hijo, que en enero había cumplido 13, apareció barbudo y con un tono de voz que recordaba a Oscar Casco, galán de radioteatro de los 50. Físicamente no había crecido mucho, pero el niño que se había despedido en diciembre comentando con sus amiguitos de la novena los capítulos de “Los autos locos”, ahora había ampliado su vocabulario y puteaba como un carrero mientras describía con lujo de detalles su debut sexual en una visita de verano a un piringundín de la Isla Maciel. Hasta “Arpillera” Moreno, un estibador que jugaba de tercera línea en la intermedia, se escandalizó después de escuchar al pibe. Pronto se lo subió a la cuarta y, en las prácticas de scrum, aunque el orangutancito fijaba sus ojos en la amansadora con la mirada asesina de Robert Paparemborde, el inolvidable carnicero francés, a la hora del empuje, el pack solo movía unos centímetros la máquina de hierro y madera. La realidad es que, desde el inicio del tratamiento, Ricardito apenas había sumado un par de kilos a su prometedora carrocería marca Elizeche. Hubo confusión e incertidumbre hasta que la palabra del Dr Arquímedes Armúa, el ginecólogo de Monte Grande que supervisaba el tratamiento, acercó algo de tranquilidad: “son los efectos típicos de estos procesos, a veces algunos resultados aparecen antes que otros, pero subanló al plantel superior que, en dos semanas, este pibe es un búfalo”, afirmó con seguridad el galeno, sobrino de “la Arpía” Armúa, inside del equipo que salió decimosegundo en el recordado torneo de tercera de 1966.

 

El partido inaugural de la temporada fue un duro golpe para el corazón verdinegro. Por el resultado, 0 – 134, por el rival, Los Sauces, uno de nuestros clásicos y, sobre todo, por los nueve try scrums recibidos. Ya no había mas tiempo, la espera había terminado. En el tercer tiempo de esa jornada aciaga, mientras corrían las botellas de Doble V y Otard Dupuy, empezó a gestarse el debut oficial de Ricardo “Orangutancito” Elizeche en la primera de Los Tábanos. La segunda fecha implicaba un viaje riesgoso a Hurlingham, donde esperaba Curupaytí con su legendaria primera línea Wheeler – Calvetti – Nicola, la “magiclick”, y no se podían dar ventajas. “Si lo tenemos toda la semana comiendo pastas puede sumar algunos kilos” fue el consejo poco profesional (hoy lo sabemos) vertido por el Dr Armúa, luego de bajarse una botella de caña Legui.

Lo que siguió en Luis Guillón fue una semana rara. Los tábanos racionales, que nunca fueron mayoría, sabían que se estaba apurando peligrosamente el debut del pibe pero no se animaban a expresarlo por el entusiasmo que reinaba entre los demás. El mismísimo Orangután se mostraba eufórico ante el inminente debut de su primogénito y la certeza de la continuidad del apellido Elizeche en la primera división de nuestro club. Mientras tanto Ricardito, siguiendo la dieta programada por Armúa, disfrutaba de los tallarines con todo tipo de salsas y las espectaculares lasagnas que preparaba su mamá Nora. El viernes a la noche ya había sumado 16 kilos y según Armúa agregaría tres mas con el almuerzo del sábado para llegar a los 79 a la hora de salir a la cancha. Nada mal para un pibe de 13 años aunque algo escaso para formar frente a Gualberto Wheeler, un verdadero jabalí que ya jugaba en la primera de Curupa cuando el Orangutancito llegó a este mundo.

En el baño del vestuario visitante de Curupaytí, mientras Ricardito Elizeche  vomitaba el flan con dulce de leche del almuerzo, su padre lo arengó con afecto: “hoy salís y dejás todo por la verdinegra, pendejo de mierda! Sos un Elizeche, carajo! No quiero putos! No hay putos en mi familia! Enfrente vas a tener al viejo choto de Wheeler que jugó contra mi en el 65 y te lo vas a coger bien cogido!”. Si bien el mensaje fue algo contradictorio, las palabras del Orangután llegaron al corazón de su hijo y, a las tres y media, el orangutancito salió a la cancha a defender con honor el peso de un apellido bien pesado en el club.

La expectativa por el debut hizo que se acercara mucha gente y, a partir del kick off, los 87 tábanos presentes en la cancha de curupa esperaban con ansiedad el primer knock on para mostrar al mundo el crack juvenil, tal vez futuro puma, que se había formado en el pasto de Luís Guillón. Finalmente, a los 3 minutos se le cayó la pelota a nuestro apertura, el “Ornitorrinco” García, y llegó el momento esperado. De un lado, con el oficio que los caracterizaba, los primera líneas de Curupa, Wheeler, Calvetti y Nicola, que formaban la primera línea Magiclick, llamada así por la edad que sumaban entre los tres emulando al slogan de un electrodoméstico de esa marca que según la publicidad duraba 104 años. Del otro lado nuestros tres gladiadores, el “Oso hormiguero” Zabala, de 39 años, llamado así porque, a raíz de un problema lumbar de nacimiento no podía erguirse mas allá de los 110 grados, o sea un tipo nacido para el scrum, el “demonio de Tasmania” Aguilar, operario de la Firestone de 44 años y la esperanza blanca de Luis Guillón, el “Orangutancito” Elizeche. La buena noticia, el scrum era en mitad de cancha , bien lejos de nuestro ingoal. La mala, los ojos de Ricardito ya no transmitían la furia de los entrenamientos, lejos de eso, detrás de la barba profusa se podía adivinar un parpadeo aniñado y temeroso que, mientras el referee ordenaba la formación, trataba de evitar la mirada de Gualberto Wheeler que, como una espada filosa, buscaba alimentar la pavura que invadía a nuestro novel pilar.

Me invade la tristeza cuando recuerdo lo que siguió. El pitazo del referee “Pajarito” Elizalde fue lo único que violó el tenso silencio antes de que el pack de Curupaytí, con su primera línea inmortal arengada desde el fondo por los gritos de su octavo, el Polaco Borghi, empezara a arrastrar de manera impiadosa a nuestros ocho fowards en un recorrido irregular, ya que, al ver la facilidad con que retrocedían los tábanos decidieron, en una conducta polémica que tuvo su explicación después del partido, pasear por toda la cancha al pack liderado por el oso hormiguero, en un recorrido humillante que duró entre diez y doce minutos, antes de meterlos en el ingoal, permitiendo que el polaco apoye el primer, único y decisivo try de la tarde. Tras la conquista, el silencio fue mas abrumador por unos segundos hasta que se quebró por el llanto desconsolado de Ricardito Elizeche. Ahora sabemos que fue un llanto, pero lo que se escuchó fue un sonido gutural al que nuestro entrenador “El zorro” Zumárraga, de profesión veterinario, describió como similar al que emiten los grizzlis, esos gigantescos osos de Alaska, cuando se aparean. Era conmovedor ver a un gordo de barba, todo peludo, de tan solo 13 años, llorando de rodillas en el ingoal. Algunos jugadores nuestros se acercaron a consolarlo, distrayendo la atención del público que no percibió que Ricardo “Orangután” Elizeche, con una renguera que arrastraba de su época de jugador, corría hacia el lugar de los hechos. Yo lo vi y al instante recordé que ese gordo bueno cuando cruzaba la línea de cal se convertía en un depredador despiadado. No hubo tiempo para reacción alguna. El Orangután llegó hasta el final del surco que había quedado de ese scrum psicodélico y, sin permitir que el Orangutancito se pusiera de pie, le descerrajó un tremendo cross que llevaba todo el peso del apellido a la mandíbula peluda y granujienta de su hijo, mientras gritaba “Los Elizeche no lloran, pedazo de hijo de puta!” Gualberto Wheeler, un caballero de las canchas, frenó al orangután cuando estaba por rematar a su hijo con una patada en la nuca. El partido se suspendió y el resultado, refrendado en Pacheco de Melo unos días después, quedó 4 – 0 para Curupa. Fue debut y despedida para Ricardito “Orangutancito” Elizeche, que trasladado en un helicóptero sanitario hasta la salita de la calle Buenos Aires en Luis Guillón, despertó cuatro horas después del evento. El oso Hormiguero Zabala que viajó junto a su efímero compañero de primera línea en el vuelo, contó que, desde el aire, se podía leer “Ayereco cua acatu”, el lema de Curupaytí, en el surco dejado en la cancha por el scrum que definió el partido. Una canchereada innecesaria que inauguró una rivalidad que dura hasta el día de hoy.

Carlos Iñiguez (D D)

Comments

Комментарии для сайта Cackle
Загрузка...

More news:

Periodismo rugby

Read on Sportsweek.org:

Norte Rugby
Norte Rugby
Mohicanos
Norte Rugby

Otros deportes

Sponsored