El equipo que convirtió a un municipio asturiano en 'La Galia del rugby', donde juegan hijos, madres y hasta abuelos
El poeta Benjamín López y su amigo José Luis Lorenzo Bobes fundaron el Pilier Rugby Club de Grau cuando nadie conocía este deporte y conformaron un equipo que cuenta con jugadores de hasta 80 años
El Xiblu, un laboratorio que siembra cultura en el mundo rural asturiano
La Galia del rugby asturiano lleva 35 años de resistencia en un pueblín que en 2025 celebra los 30 años de su torneo nacional, el más querido de todo el país: 'El Seven de Grado'.
Grao tiene dos tradiciones que empatan en marcadores: su mercado medieval y su pasión por el rugby. Un deporte minoritario que se hace grande en el campo de El Casal, allí donde todos quieren jugar y donde se forjan “amistades para siempre”.
Lo dice con acento y cadencia argentina Daniel Rojas (El Pibe), entrenador del club local. La ilusión que lleva a jugadores y jugadoras de toda Asturias a querer entrenar en El Pilier, es la misma que le llevó a “El Pibe” a cruzar el charco. El vuelo Buenos Aires-Grao se le hizo corto a este “moscón argentino”, que debutó con dieciséis años en primera división en este deporte en el país gaucho y que en 1987 llegó a Asturias por primera vez.
A “El Pibe”, que ya llevaba años de regreso en Argentina y que había sido jugador de El Pilier, lo llamó hace unos meses el presidente del equipo, José Luis Lorenzo Bobes, porque sentía que necesitaban un nuevo maestro de orquesta para volver a recuperar la ilusión del club. Y la llamada internacional tuvo respuesta: sí, quiero.
Y así, los dos juntos, pusieron al equipo local otra vez a bailar el tango. Y no les extraña porque en este club se lleva toda la vida tirando de emoción para salir adelante. Había que hacerlo de nuevo y se hizo.
La historia de este club de rugby se remonta a 1988, cuando el poeta Benjamín López y otros jóvenes de la villa decidieron fundar un equipo de rugby, un deporte prácticamente desconocido en Asturias, donde la mayoría siguen queriendo jugar solo al fútbol. Jugar al rugby en Grao sonaba tan histriónico y raro como buscar agua en un desierto.
Pero la ilusión y las dificultades no fueron suficientes para restarle un ápice de seriedad al asunto, la quimera de Benjamín López y Bobes, que eran lo únicos que sabían de lo que hablaban por aquel entonces, tomó forma sin tener casi ni idea de cómo iban a hacerlo. Sin embargo, las cosas que se gestan con la sensación de que salen bien, casi siempre lo hacen.
Dos años más tarde de aquella primera charla entre amigos y fichando a gente por los bares con la frase de “ven y pruébalo un día, ya verás como te gusta” o en los viajes en Alsa, donde le espetaban a la gente la frase de “hale, venid al campo, que ya os lo contamos allí”; lograron conformar el primer equipo oficial.
El Pilier Rugby Club se hizo grande desde un lugar pequeño, jugando contra equipos de ciudad, como Gijón, Oviedo o Avilés, y donde en muchos casos los que competían allí querían un hueco en el equipo moscón, el único club rural que disputó las ligas regionales en Asturias en los últimos 25 años, el que puede presumir de tener la cantera más ilusionada y agradecida de Asturias. “Humildad, sacrificio, amistad, compañerismo”, explica Bobes, son los postulados sobre los que se asienta la esencia de este club.
El presidente de El Pilier había coincidido con Benjamín López jugando al rugby en sus años de estudiantes en la Universidad Laboral, en Gijón. “El rugby es una droga, la única droga buena”, asegura Bobes, mirando al fondo del campo, donde están los chavales entrenando. “Seguro que Benjamín estaría orgulloso”, apostilla, con la emoción de quien ha perdido a un gran amigo demasiado pronto en el partido de la vida.
Hoy, además de contar con un equipo senior con treinta y cuatro integrantes, hay categorías inferiores, con treinta niños y niños y hasta una sección de padres y madres. La cantera se amarra fuerte al balón ovalado. Un equipo humilde, que sigue siendo humilde, y que continúa recurriendo al esfuerzo que pusieron Benjamín López y Bobes en aquel proyecto para poner a todo un pueblo a jugar un deporte del que solo ellos tenían idea y que hoy es una forma de vida en Grado.
“Un deporte de contacto, de cuerpo a cuerpo, de equipo, de pasión, de aplausos y logros, de la sensación de pertenencia a un lugar”, explica El Pibe. Él, tan argentino como moscón, tan amante del rugby.
Y como lo de vivir en precario siempre hacía pasar apurones económicos, y como de verdad viven la esencia y los valores de un deporte que implica compañerismo y que tiene siempre un tercer tiempo que se celebra fuera del juego, con los contrincantes tomando algo, charlando y haciendo gala de lo que de verdad es el juego limpio, decidieron hace años, que aquel espíritu moscón tenía que darse a conocer, porque si fue capaz de hacerle a El Pibe volver desde Buenos Aires a entrenar, sería capaz de removerle las tripas a muchos jugadores y aficionados.
“Cuando entrabas a jugar con El Pilier lo primero que hacían era que te regalaban la equipación, unas botas, unas medias y el pantalón”, explica Bobes, y sí, se le regala a todo el mundo porque en El Pilier “todos éramos y somos iguales”.
Fue ahí cuando nació el Seven de Grau, un campeonato nacional que llegó a tener en varias ocasiones equipos internacionales, incluso de Nueva Zelanda, y que trae a miles de jugadores a la villa moscona, a disfrutar del rugby y de todo lo que le rodea. Hay gente hasta de ochenta años. “Todo el mundo quiere venir al Seven de Grado porque el ambiente es una maravilla y por eso luego los jugadores de equipos más grandes quieren jugar con nosotros, hay cosas que van más allá de las categorías”, matiza Bobes.
Se refiere a esas cosas difíciles de explicar, pero que se notan, en la mirada que cruzan Bobes y El Pibe, en los chavales que andan detrás entrenando un martes de frío. “Hoy tenían el día libre, pero quisieron venir”, apostilla el entrenador.
El Seven multiplica por tres la población de la villa que se convierte en un hervidero de jugadores, familias, aficionados, niños con camisetas y balones que casi nos les caben en las manos, y miradas cómplices, como la de Benjamín y Bobes, la de los guajes que quieren jugar un partido y ganarlo, la de los que sueñan en grande y saben que el equipo es un lugar donde siempre te vas a sentir arropado.
En estos años de historia han sido muchos los jugadores de otros equipos que quisieron fichar por El Pilier. Y no se van. Siguen ahí, sudando la camiseta, pasándose el balón, levantando la grada a grito de ánimo, disfrutando de los terceros tiempos con la visión de un deporte que también tiene hueco para la cerveza en el bar, la charla en la grada y el efecto de la única droga buena que hay en el mundo.
“El jugador de rugby nace, pero nunca muere”, dice Bobes y recuerda que es “muy importante” reconocerle a Benjamín López el haber impulsado aquella ilusión. Y es que, en realidad, Benjamín, que además de poeta era jugador de rugby, también sigue vivo. Nunca muere el jugador de El Pilier.