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Cimarrones

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El conflicto que estalló en 1977 provocó la suspensión para disputar partidos en el seleccionado de varios de los mejores jugadores argentinos de la época y fue una herida que tardó en cicatrizar. Una síntesis de lo ocurrido y un relato del libro Leyendas del Rugby basado en esa crisis histórica de Los Pumas.

Arturo Rodríguez Jurado y Adolfo Etchegaray, dos protagonistas del conflicto de 1977. Archivo: Leyendas del Rugby

El problema surgió en la segunda mitad de ese año. El seleccionado venía de una gira de gran repercusión en 1976, que incluía el partido contra el mejor Gales de todos los tiempos en Cardiff, y el antecedente inmediato de una serie durísima ante Francia. Era un grupo sólido, entrenado por la dupla del SIC formada por Carlos Villegas y Emilio Perasso mas el soporte de Carlos Contepomi como Presidente de la Comisión de Selecciones. En Gales 76 el capitán había sido Adolfo Etchegaray y en la serie ante Francia Hugo Porta, pero el líder natural del grupo y el elegido por los entrenadores para la capitanía era Arturo Rodríguez Jurado, que no había participado de esos partidos por distintas lesiones. En octubre esperaba el Campeonato Sudamericano a disputarse en Tucumán y cuando los entrenadores dieron la lista para ese evento, informaron que el capitán sería Arturo, que volvía al equipo. La designación fue revocada por el Consejo de la UAR, lo que generó una gran resistencia en el grupo de jugadores (la mayoría se negó a viajar a Tucumán para el Sudamericano en solidaridad con Rodríguez Jurado) y la renuncia de Villegas, Perasso y Contepomi. Fueron días de conflicto, reuniones varias y una drástica decisión de la dirigencia: suspender del seleccionado por cinco años, hasta el 23 de octubre de 1982, a los diez jugadores que, integrando la lista, se habían negado a jugar el Sudamericano. Ellos eran: Jorge Braceras, Mario Carluccio, Eliseo Branca, Jorge Navesi,  Horacio Mazzini, Ricardo de Vedia, Arturo Rodríguez Jurado, Daniel Baetti, Ricardo Castagna y José Costante. Pero los suspendidos no eran los únicos participantes del conflicto. Varios jugadores mas, que eran parte del grupo Puma pero no estaban en la lista por diferentes razones, adhirieron a la medida de los jugadores, participaron de las reuniones y hasta fueron líderes en la rebelión. Tito Fernández, el Ruso Sanz, Gonzalo Beccar Varela son algunos de ellos. Hugo Porta no participó del episodio porque cuando estalló el conflicto estaba en Francia para integrar un Barbarians en el partido de homenaje a Pierre Villepreux. La consecuencia fue que siete de los diez suspendidos y los jugadores que adhirieron a la medida nunca mas volvieron a jugar en Los Pumas. Daniel Baetti, Eliseo Branca, que no llegaban a los veinte años en 1977 y Ricardo de Vedia, pudieron retornar cuando, en 1980, se les levantó la sanción. Los dirigentes nunca expresaron de manera concreta los motivos de la negativa a que Rodríguez Jurado fuera el capitán y lo que quedó flotando en el aire es que, en realidad, fue un tiro por elevación, una maniobra para forzar la salida de los entrenadores Villegas y Perasso. Eso es lo que transmiten en off los protagonistas, que en general siempre han evitado hablar de aquel conflicto, una de las crisis mas fuertes en la historia del seleccionado. 

Tito Fernández, en un reportaje realizado por el autor de este artículo en 2016, habló del tema: Si las cosas se dieran como se dieron aquella vez, sacándonos al capitán de Los Pumas y sabiendo que era una política para sacar a los entrenadores, yo actuaría igual”. “Yo le pedí a Hugo Porta que se quedase en Los Pumas, porque estaba en Francia y no había participado del conflicto” son algunas de las cosas que dice Tito en el video que acompaña estas líneas, pero además vale la pena ver y escuchar íntegros esos ocho minutos porque el ex segunda línea del seleccionado va mas allá y da una verdadera clase sobre lo que representa la capitanía y el ser Puma, dos cuestiones que se pusieron en juego hace 44 años.

El conflicto de los Cimarrones obligó a un recambio total. Con Ángel Guastella como entrenador y Hugo Porta como capitán, llegaron al seleccionado un grupo grande de jóvenes que nunca se habían puesto la celeste y blanca o apenas la habían espiado en alguna convocatoria aislada a un sudamericano. Esos pibes, que tuvieron su bautismo de fuego en la gira a las Islas Británicas coronada con el empate de Twickenham en el 78 y en el primer viaje al, por entonces, inexplorado Nueva Zelanda, en el 79, son el corazón y  las vísceras de Los Guerreros de los 80. Marcelo Loffreda, Rafael Madero, Gabriel Travaglini, Alejandro Cubelli, Marcelo Campo, Sandro Iachetti, Fernando Morel, Ernesto Ure, Tomás Petersen, Alfredo Soares Gache, son algunos de los protagonistas de esa década de doce años que llegaron al seleccionado en aquellas dos giras. Con el paso del tiempo se sumaron otros, pero en esos viajes de fines de los setenta había nacido un nuevo grupo puma que, involuntariamente, tuvo su génesis en la crisis de los Cimarrones, que se denominó así porque con ese nombre el grupo de jugadores suspendidos armó un equipo que disputó algunos partidos en las provincias argentinas.

La disputa abrió una herida en el rugby argentino y provocó peleas y distanciamientos que, como es ley de vida (y del rugby) con el paso del tiempo quedaron atrás.

Daniel Dionisi

 

La Carta (del libro Leyendas del Rugby, Daniel Dionisi, 2º edición, Club House)

Un empleado entró a la sala de reuniones de la sede del SIC y apoyó sobre la mesa un bulto grande envuelto en papel madera. En medio de las acaloradas discusiones nadie se percató de su presencia ni cuando entró ni cuando se fue. Pero Daniel Baetti, el pibe que había llegado de Rosario un rato antes, se acercó a la mesa y rasgó con un dedo el paquete. Abrió una incisión de no mas de diez centímetros, sin saber si lo hacía por una simple travesura de chico o como un movimiento reflejo que simbolizaba los nervios de estar envuelto en ese debate que no alcanzaba a comprender bien. El agujero en el paquete devolvió algo que él percibió como una luz muy brillante, como un rayo celeste y blanco que apareció de golpe y absorbió todos sus pensamientos. Por un momento Baetti se fue de la discusión y recordó la infancia y los primeros pasos en el rugby allá en Plaza Jewell. Los días en que todo era diversión para él. Rugby el fin de semana y rugby en la semana después del colegio. Rugby en su club y en todos los clubes de Rosario. Rugby con sus amigos y rugby viendo a los ídolos que jugaban en primera. No se olvidó de aquellos gloriosos sevens de Carancho cuando todos los mosquitos de Plaza iban a ver a Los Pumas que venían de Buenos Aires. Y en ese momento de abstracción también recordó que entre todos los ídolos de la infancia su favorito era Arturo Rodríguez Jurado, el brillante inside del SIC.

Justamente fue la voz de Arturo que atronó en la habitación de Boulogne arrancando a Daniel Baetti de sus pensamientos y depositándolo de manera brutal en la discusión que conmovía al rugby argentino por aquellos días del 77.

“Acá están las camisetas!!, que vamos a hacer?” gritó el capitán de Los Pumas mientras de un manotazo deshacía el paquete de papel madera desparramando 25 camisetas celestes y blancas sobre la mesa. Un silencio general fue la respuesta aunque para la mayoría la decisión ya estaba tomada y a los pocos días conmovería al ambiente del rugby. En uno de los conflictos mas graves de la historia del seleccionado argentino la gran mayoría de sus integrantes renunció en solidaridad con Arturo Rodríguez Jurado. El hombre del SIC había sido elegido capitán por los entrenadores Villegas y Perasso, con la anuencia del plantel, pero la dirigencia no aceptó la designación generando el conflicto que derivó en la renuncia y posterior suspensión por 5 años para los rebeldes. De los jugadores suspendidos algunos como Tito Fernández o el mismo Arturo, ya tenían un largo recorrido en Los Pumas. Otros eran pibes de menos de 20 años que hacían sus primeras armas en el seleccionado. Entre estos últimos se destacaban Eliseo Branca, segunda línea de Curupayti y Daniel Baetti, un medio scrum que venía de Rosario con las mejores referencias. El Chapa ya tenía en su foja el legendario test de Arms Park contra Gales. Baetti, en cambio, solo había visto la celeste y blanca de cerca en esa reunión decisiva del SIC. Con 19 años el jugador rosarino había sido convocado a Los Pumas y sin jugar un solo partido ya cargaba sobre sus espaldas una suspensión que le impedía por 5 años participar de cualquier seleccionado de la Unión. La lealtad con su capitán Arturo Rodríguez Jurado era inalterable, aunque lo había cruzado personalmente dos veces en su vida. Los maestros de Plaza habían educado a Baetti en la tradición del rugby. Él sabía bien que la lealtad al capitán era un principio inalterable. Por eso no dudó a la hora de seguir al gran Arturo. Pero la ilusión de ponerse la gloriosa camiseta de Los Pumas latía muy fuerte en su interior. Y la camiseta estaba ahí, sobre la mesa.

Los primeros dos años de suspensión se refugió en su club Atlético de Rosario donde brilló como titular indiscutido de la primera. Creía que no volvería a ponerse la camiseta nacional y a la distancia seguía con cierta melancolía la campaña de Los Pumas. De no haber estado suspendido, Baetti hubiese participado de las legendarias giras al Reino Unido y a Nueva Zelanda de fines de la década del 70. Un conflicto en el que solo era actor de reparto lo había alejado de su sueño puma y mas de una vez Banana, como le decían en el club, había dudado sobre la decisión tomada en el 77. La lealtad al capitán era importante pero el orgullo de jugar en Los Pumas siempre fue el motor que tracciona las ilusiones de todos los pibes que juegan al rugby en Argentina. Tipos como Arturo o Tito Fernández ya se habían dado el gusto muchas veces pero él ni siquiera había jugado un partido. Baetti no se arrepentía de la decisión tomada pero su convicción a veces flaqueaba. El sueño de jugar en el seleccionado era muy fuerte.

Al tercer año llegó el perdón.

A comienzos de 1980 la UAR decidió amnistiar a los suspendidos del 77 y el primer convocado fue Daniel Baetti, llamado a integrar el plantel de Sudamérica XV que viajó a Sudáfrica en marzo. Todavía no era la celeste y blanca, se iba a poner otra camiseta mas colorida, pero el rosarino ya formaba parte del seleccionado en una gira relevante. El sueño postergado por el conflicto se hizo realidad y en los primeros partidos de la excursión sudafricana Lucho Gradín, entrenador del equipo, decidió ponerlo de fullback en los partidos provinciales, permitiendo que Banana se ganara un lugar como titular para el primer test.

Sudamérica XV llegaba algo cansado a ese partido tan trascendental que se jugaría en el Wanderers Stadium de Johannesburg. Al desgaste provocado por la potencia física de los equipos sudafricanos se sumaba el agotamiento mental que provoca una gira tan exigente. A medida que pasaba el tiempo muchos jugadores comenzaban a extrañar y las cartas que llegaban de Argentina se convertían en preciados trofeos que se repartían en el lobby de los hoteles donde se alojaba el seleccionado. En la mañana anterior al primer test, sucedió una de esas repartijas y Banana Baetti, nervioso, emocionado por el debut y esperando ansioso un mensaje de su familia se sorprendió al ver que el sobre que le entregaban no venía de Rosario. Igual apretó el papel contra su pecho y se encerró en la habitación a leer.

La carta era larga y al segundo párrafo los ojos de Banana ya estaban húmedos y un nudo cerraba su garganta.” En estos años no pasó un día sin que piense en vos y en todos los que se la jugaron por mi”. “Sé del sacrificio que hiciste” ”Quiero que sepas que cuando salgas a jugar contra Sudáfrica yo voy a estar jugando con vos”.

Daniel Baetti y Arturo Rodríguez Jurado, el remitente de esa carta, no se habían cruzado en los últimos años pero en ese momento Banana lo sintió mas cerca que nunca y en su interior se instalaron para siempre dos certezas. Por un lado supo sin dudas que no se había equivocado en la decisión tomada en el invierno del 77. Y, además, entendió que tampoco estaba errado muchos años antes cuando en los sevens de Carancho había elegido como ídolo a Arturo Rodríguez Jurado.

Emocionado dobló la carta, la guardó en el bolso y bajó en silencio a comer con sus compañeros de equipo. Esa noche no durmió esperando el test. Y al día siguiente en el Wanderers de Johannesburg acompañando a Daniel Baetti, salió a la cancha su capitán, el legendario inside del 65.

 

 

 

 

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