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Lomu

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Hoy se cumplen 46 años del día que nació Jonah Lomu, el jugador mas famoso, el que para algunos, cambió la historia del rugby. El mundo lo recuerda y lo extraña desde que murió, muy joven, el 18 de noviembre de 2015. Ese día el español Mario Ornat, destacado periodista y escritor, escribió sobre él, focalizando en una jugada inmortal: el try a Inglaterra de la semifinal del mundial 95 en el que le pasó por encima a Mike Catt. Hoy reproducimos, fragmentado, ese maravilloso artículo, que lo pueden leer completo en el sitio de la Revista H

1995. La aplanadora Lomu aplastando a Mike Catt. Foto: Getty

Lomu, el viajero del tiempo (Fragmento)

Por Mario Ornat

El 18 de junio de 1995 Paul McCartney cumplió 53 años. Habían pasado 180 de la derrota napoleónica en Waterloo y 55 del discurso que Churchill pronunció en la Cámara de los Comunes y que siempre se ha conocido como Their finest hourÉstas son efemérides de enciclopedia, tomadas al azar. Nos importan poco porque, en el universo ovalado, todos sabemos que el 18 de junio de 1995 fue el día en que Jonah Lomu aplastó a los ingleses. Particularmente, y de forma muy concreta, a Mike Catt, zaguero de la Rosa y último de los que trataron de detener el negro penacho de Lomu, que era algo así como el remate en forma de chimenea del tren de mercancías al que recordaba su forma de arrollar contrarios. La escena es tan conocida que glosarla en sus detalles resulta improcedente. Aquél era un domingo de sol en Londres y lo vimos en un pub atestado, con un programa que incluía antes el partido, después el inevitable sunday roast y, a todas horas, una ingesta transversal de cerveza que le hiciera de argamasa a la jornada. Creo recordar que hacía poco que se habían liberalizado los horarios de las public houses y que, por lo tanto, las barras ya no cerraban a las cuatro de la tarde. Nos esperaba, así, un domingo largo y beodo. Mezclado con la patulea habitual localizamos enseguida a un concurrente entre cuyos intereses no parecía estar el rugby. Había acompañado a algunos amigos y bebía cerveza con alegría comunal. Era inglés, pero sus comentarios sonaban extemporáneos y apenas atendían a los arcenes del juego: lo frívolo, lo ocasional, lo curioso… Con frecuencia molesta desviaba la mirada de la pantalla para componer chistes que celebraba con una risa nerviosa, frecuente en estridencias. Cuando Lomu pasó por encima de Catt, y mientras casi todos nos quedábamos mudos o engullíamos un murmullo de asombro, él soltó una larga carcajada. Fue lo único que se oyó o fue lo que más se oyó. Aún hoy, en este duelo general por su fallecimiento, no puedo pensar en Lomu y evitar oír esa risa. Y lo que aún significa.

Catt ha contado en alguna ocasión que, cuando levantó la cabeza para mirar al gigante neozelandés apoyar el try, se le vino encima Robin Brooke, segunda All Black y hermano del magnífico Zinzan, que lo enfrentó con aire socarrón: “Prepárate, amigo… esto es sólo el principio”. La risa en el pub se correspondía casi de forma perfecta con aquella provocación, como si estuvieran concertadas. Para mí, desde entonces, Lomu siempre fue esa carcajada que venía a sintetizar la fascinación general por aquel jugador, un asombro que traspasaba los límites del rugby en todos los sentidos. Eso y otra broma que me hizo reír unos días después, en la final contra Sudáfrica, proyectada para miles de asistentes en el estadio Linford Christie de Londres. Entre los muchísimos aficionados que nos reunimos allá, todavía recuerdo la imagen de dos neozelandeses con sendas camisetas de los All Blacks y el número 1 a la espalda. Una llevaba arriba el nombre: Jonah. La otra, el apellido: Lomu. Juntas las dos camisetas -y esos dos tipos no se separaron el uno del otro en todo el día, con el fin de provocar el efecto deseado- completaban un 11 y el nombre completo: Jonah Lomu. El gigante valía, por lo menos, por dos hombres. Si es que no eran más.

Ese era el tono. Aún es el tono, sobre todo cuando le preguntan a Catt: “Lomu me puso en el mapa”. Todos lo hubiéramos dicho de otro modo: Lomu lo sacó del mapa o le dejó el cuerpo como un mapa. “Es un freak… y cuanto antes se marche mejor”, ironizó el capitán inglés, Will Carling, al ser preguntado sobre Lomu al final del partido. La frase no era despreciativa, sino pura impotencia. La narración televisiva del try había hecho la pregunta clave: “¿Cómo se para a un hombre como ese?”. El pit-bull Brian Moore ensayó una respuesta acorde: “A lo mejor con un rifle para elefantes”. La muestra del impacto de la jugada es que, muchos años después, uno ve a Catt y le cuesta no rendirse a la iconografía, no pensar en su condición de zaguero triturado una tarde en Sudáfrica, en lugar de detenernos en la figura de un magnífico jugador de rugby, con una carrera larga y exitosa. Ocurre con el protagonismo de Catt como me sucede a mí con aquella tarde soleada en Londres: que no me he podido sacudir de la cabeza la risa impertinente del muchacho del pub…

…No estoy tan seguro de que, como han afirmado voces autorizadas durante los últimos días, Jonah Lomu cambiase el rugby… La innegable excepcionalidad de Lomu proviene de su capacidad probada para hacer algo que nadie más ha logrado, ni antes ni después: fue el único jugador de la historia que nos hizo dudar de nuestro dogma más preciado: que el rugby es un deporte de equipo en el que nadie puede ganar solo. Aquel hijo de un predicador tongano situó a este juego frente a ese precipicio esencial. Nos hizo pensar, durante algunas semanas y tal vez varios años, que sí era posible que un solo hombre cambiara el destino de los partidos. De todos los partidos. Es decir, que los hiciera depender de su voluntad. Tal vez el hecho de que no lo lograra -y nos referimos a las derrotas de la selección neozelandesa frente a Sudáfrica Francia, no a su triste enfermedad- tiene un lado positivo: el rugby mantuvo los cimientos de su naturaleza, sin menoscabar un ápice las consideraciones laudatorias que se puedan hacer sobre Lomu. El wing que aplastó a los ingleses no fue campeón del mundo, pero sí un anotador irrefrenable, un jugador que cruzaba los tiempos, una construcción intemporal de la naturaleza. Un hombre que elevó su leyenda por encima de cualquiera otra de las muchas que nos ha entregado este deporte.

En 1995, en el incipiente verano soleado de Londres, verlo nos hacía reír. En este otoño sombrío, 20 años más tarde, resulta imposible no llorarlo.

 

 

 

La entrada Lomu se publicó primero en Periodismo Rugby.

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