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El combatiente de Banco Nación

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Hace exactamente 38 años los argentinos amanecimos con una noticia impactante. Fuerzas militares de nuestro país habían tomado las Islas Malvinas. Sorpresa, estupor, emoción. Una mezcla de sensaciones invadieron el alma de la Nación. Era el primer paso de una historia que terminó en tragedia pero en ese momento, aunque muchos lo intuían, nadie lo sabía. Desde primer grado los argentinos sabemos que Las Malvinas son argentinas y aquella mañana del 2 de abril de 1982 parecía que el enunciado se hacía realidad fáctica. El sueño duró poco.

Era viernes. No había rugby ese fin de semana pero a miles de kilómetros, en la ciudad sudafricana de Bloemfontain, un grupo de argentinos preparaba lo que al día siguiente sería uno de los grandes golpes de la historia del rugby nacional.

Mas cerca, en Mercedes, provincia de Buenos Aires, otro rugbier argentino, aturdido, transitaba las primeras horas de la odisea que lo iba a convertir en El combatiente de Banco Nación.

En la madrugada del dos de abril de 1982 Ramiro Ehrman, medio scrum de la primera de Banco Nación, se despertó sobresaltado por un murmullo creciente que pronto se hizo griterío. En el regimiento de Mercedes, donde cumplía los últimos días de su servicio militar, se acababan de enterar del desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas.

Al principio fue todo confusión, incertidumbre. Pero pronto los sucesos se ordenaron en una lógica implacable, la lógica de la guerra.

Diez días después, Ramiro ya estaba lejos de su casa, de su familia, de su club, de Hugo Porta, su compañero en la pareja de medios de Banco. Lejos de todo, rodeado por el frío y por otras miradas tan jóvenes y confundidas como la suya. En las primeras cartas que le envió a su familia desde Puerto Argentino describía la naturaleza de las islas, las casitas de colores, el mar. Aún no registraba el horror cercano. Pero antes del fin de abril lo enviaron a cubrir una posición en el Monte Kent de la isla Soledad. Ese sería su lugar del mundo durante los siguientes cuarenta días y ahí si, las sensaciones fueron mas reales. La comida empezó a escasear y el frío a abrumar. Cuenta Ramiro que una tarde muy oscura con su compañero de pozo, desde la altura del monte pudieron observar tres puntos negros moviéndose en el cielo, a lo lejos. Pronto los puntos fueron triángulos. Enseguida llegó el fuego y el estruendo. La guerra había empezado.

Durante mayo soportó los bombardeos, que arrecieron hacia el fin de ese mes. El Monte Kent fue uno de los lugares mas calientes de la guerra. Todo el tiempo lo acompañó el agobio de los estallidos, la angustia de la muerte cercana. Llegó a tener pensamientos desesperados. “Si me alcanzaba una bomba quería que me mate, no que me deje amputado”. Una noche lluviosa, mientras hacía guardia, no se dio cuenta que el pozo estaba inundado, porque ya no sentía nada. Entonces se le congeló el cuerpo de la cintura para abajo. Lo evacuaron al hospital de Puerto Argentino, donde estuvo cuatro días hasta que, el 11 de junio, lo trasladaron al continente.

 Tres días después llegó la rendición y empezó la otra guerra, la del ocultamiento, la de una comunidad que le dio la espalda a sus combatientes. Ramiro se refugió en los afectos y, cuando superó las consecuencias del congelamiento de sus piernas, en el rugby. Se conmovió al enterarse que su mamá Nenina, mientras él estaba en Malvinas, se bañaba con agua fría en pleno invierno, para estar mas cercana a los padecimientos de su hijo. Volvió al club y tuvo una destacada participación en los años gloriosos de Banco. Integró los planteles campeones del 86 y el 89 y jugó para los equipos ganadores del seven en el 84 y el 88. También jugó dos años para Buenos Aires en el Seven de la República. Fue exitoso en el rugby pero hasta en su club la guerra parecía ser una cuestión oculta. Nadie hablaba del tema, como si no hubiera pasado. Ramiro, como sus camaradas de armas, soportó durante años la indiferencia de la sociedad argentina hacia los héroes que se la habían jugado en las islas. “Muchos ex combatientes se preguntaban “para que volví?” y ese cuestionamiento los llevaba a la angustia y en muchos casos al suicidio”. Transitó el camino sin resentimientos. “Cuando le ganamos a Inglaterra, yo fui suplente y alguien me preguntó si estaba enloquecido por ganarle a los ingleses. Le respondí que no, que no sentía ningún odio hacia ellos”. Como los buenos guerreros Ramiro Ehrman combatió sin odio al que tenía enfrente. Combatió por amor a los que tenía detrás. Por eso, porque siempre estuvo despojado de la inquina, pudo formar la bella familia que compone hoy con su mujer Elsa y sus hijos Lucia y Francisco .

Pero la guerra no se olvida, los fantasmas siguen dando vueltas. Aunque ahora, cuando por las noches alguna pesadilla traicionera de fuego y explosiones ataca a Ramiro, enseguida el tierno abrazo de Elsa lo trae a la realidad del hombre de 59 años que vive rodeado del afecto de su familia. 

Como pasa desde hace 38 años, cuando se acerca la fecha los recuerdos aprietan. Cada año es igual. Sin embargo hace tres años, en 2017, el aniversario fue distinto porque Banco Nación decidió distinguir y homenajear a su combatiente. Allí estuvieron los viejos y los jóvenes. Allí estuvieron, también, sus compañeros de los ochenta, años gloriosos para Banco. Todos juntos para expresar el orgullo que siente el club porque uno de los suyos, el soldado y medio scrum Ramiro Ehrman, fue protagonista en la gesta de Malvinas. 

Esa tarde de 2017 se cerró un círculo que se empezó a dibujar aquella madrugada del 82 en Mercedes. 

 Daniel Dionisi

La entrada El combatiente de Banco Nación se publicó primero en Periodismo Rugby.

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