Los voluntarios que la pandemia no para: «Si no puedo viajar, pienso: ¿en qué puedo ser útil?»

Agosto, vacaciones, descanso, sol y playa... o no. Para muchos, agosto es un mes para trabajar, pero desde el voluntariado. Ya sea viajando a la otra punta del mundo, o quedándose cerca de casa, pero tener un encuentro humano y poder ser útil a la comunidad. Este año, con el Covid aún afectando a todos los aspectos de la vida, el viaje se ha sustituído por la pantalla, y no por ello algunos cooperantes han dejado de colaborar. Eva Landeira, de La Coruña, es una de ellas. Voluntariado en remoto - FUNDACIÓN LA CAIXA «Ahora el trabajo se alarga en el tiempo. Lo que antes era un mes todo el día, inmersa totalmente, ahora son tres, pero conciliándolo con tu vida diaria», explica la cooperante, que ayudará telemáticamente a jóvenes del Amazonas peruano del Instituto Tecnológico a sacar adelante sus proyectos emprendedores, así como a mejorar su ortografía. «Tienen dificultades porque provienen de comunidades indígenas», y a mayores, su lenguaje se ensucia por el uso coloquial que le dan en las redes sociales. Ella, igual que su compañero Joan Palerm, ya había participado antes en el mismo voluntariado, de la ONG Entreculturas, de manera presencial. «Daríamos lo que fuese para que no tuviese que ser online, porque lo que te atrapa el corazón es trabajar en campo. Pero por las circunstancias no se puede, así que piensas, ¿en qué puedo ser útil?», resume él. Para Landeiro, «quién ya hizo un presencial, continúa aún siendo online. Es bonito ver como van creciendo los proyectos, y es importante dar continuidad». Eva Landeira, a la izquierda, con varios jóvenes del Instituto Politécnico, en Perú - EVA LANDEIRA Grandes diferencias Pero el trabajo es muy diferente. «Sigo en contacto. Con profesores, con otros voluntarios… pero no con la pasión y profundidad, porque es un encuentro más técnico», explica Palerm. Por ahora, Landeira dedica dos horas al día, por la noche -hay 7 horas de diferencia con Perú- a la planificación de talleres, formación y conversación con los profesores. Cuando empiece el voluntariado, se encargarán de tutelar y aconsejar a los estudiantes. «El problema es que recibes menos feedback», explica Palerm. Lo que llega a los chavales «es una comunicación menos recíproca, más de aquí hacia allá», concuerda la coruñesa. Además, «los proyectos, por mucho que te los expliquen, tienes que vivirlos allí, para entender su cultura, su forma de ser y de pensar», dice Landeira. Para alguien que nunca ha hecho un voluntariado antes, «supongo que no llamará tanto la atención». Generar un vínculo emocional con los locales es «mucho más complicado», pero para Palerm, «por poquito que hagamos, por pequeño que sea el vínculo, ya vale la pena». Landeira en una clase del IT, en su voluntariado presencial del 2019Ventajas, y alguna semilla Pero si algo bueno tiene el formato online, es la capacidad de adaptarse a la disponibilidad temporal y económica del cooperante. «Antes, irte de voluntariado no era sólo una cosa tuya. Mis dos hijos no me veían en un mes, eso también es un sacrificio», explica Landeira, que este año hará el Camino en sus vacaciones. «Con cuatro compañeros del voluntariado, de hecho», ríe. «El formato online es una semilla», explica Palerm, «que te prepara para cuando vuelvas a pisar terreno». Con quien colaboró online, queda la promesa: «yo cuando vuelva, quiero conocerte». El cooperante confía en que de este aprendizaje que saque un modelo mixto, que permita el viaje a terreno con un mayor seguimiento, de manera online. «El futuro está ahí», continúa, «en que el cooperante pueda escoger, o combinar ambos formatos, para tener más disponibilidad» «Al final, hacer videollamada con un instituto peruano es como hacerlo con el de tu barrio», destaca Landeira, que espera que el formato online permita acercar la cooperación a nuevos públicos. «Este año veo más jubilados, por ejemplo». Los dos voluntarios concuerdan. En palabras de Palerm, «la matrícula de honor se la queda el campo. Pero el online se lleva un sobresaliente».