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El orgullo herido del almirante

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Al almirante en la reserva don Juan Rodríguez Garat no le gustan las derrotas, y tal vez por eso le cuesta admitir que su decisión de retirar El último combate del Glorioso del Museo Naval de Madrid fue una torpeza y una falta de consideración, no sólo hacia la obra y el autor, Augusto Ferrer-Dalmau, sino también hacia la Armada Española, su historia y quienes la respetan, o respetamos. Desde que a principios de noviembre presentara en público la remodelación de uno de los más importantes museos navales de Europa, y después de que la sociedad civil (a la que pertenecen tanto el museo como la opinión pública y la opinión particular de quien esto firma), le discutiese ciertos criterios sobre lo que debe y no debe mostrar un museo español, el almirante sigue empeñado en recordarnos que está en la reserva y tiene poco que hacer, pues agobia a los medios de comunicación con declaraciones, cartas (lleva tres o cuatro hasta ahora) y llamadas telefónicas pidiendo atención para su caso.

Todo eso ha retorcido el asunto de forma que, con cada intervención pública, el almirante Garat se pega a sí mismo, usando términos navales, una andanada en alguna parte: en un pie, en el otro, en una rodilla o algo más arriba. Hay que entenderlo: acostumbrado por su larga y honrosa carrera profesional a dar órdenes desde un puente de mando o un despacho, Garat cree que basta con ser almirante para que, aunque la orden sea un error o sea discutible, suenen taconazos y los subalternos callen y se pongan firmes. Pero se equivoca. La sociedad civil (a la que él sirve con su uniforme) tiene perfecto derecho, al menos en democracia, a manifestarse en desacuerdo e incluso criticar a sus almirantes cuando las decisiones de éstos le afectan o le desagradan. Y a mí y a muchísimos otros, que somos parte de esa sociedad civil, la retirada del cuadro del museo nos afecta y desagrada. Comprendo y disculpo que ahora, sin mando efectivo y sin la satisfacción diaria de hacer su voluntad a toque de chifle, el almirante no acabe de acostumbrarse a que se le amotinen a bordo. Pero fatiga demasiado que emplee su abundante tiempo libre en bombardear por teléfono a periodistas y escribir cartas de justificación con la que cada vez enreda más sus propios errores.

Uno de tales errores es afirmar que soy responsable de la polémica, porque la retirada del cuadro de mi amigo Ferrer-Dalmau me ha causado «una pataleta». Otra, sugerir que con mi crítica ataco al Museo Naval y a la Armada, y no a su propia torpeza. Y otro error (temo que sólo sea el penúltimo) ha sido denunciar «la falsa acusación que un colaborador de Pérez-Reverte ha publicado en el Times», haciéndome el extraño honor de calificar de colaborador mío nada menos que al corresponsal del diario The Times en España. Y como parece que no hay nadie situado jerárquicamente por encima del almirante Garat capaz de hacerle cerrar la boca, me veo en la obligación de intentar cerrársela yo. Con hechos, naturalmente. También yo sé escribir cartas, y no me impresionan los galones más o menos gruesos en la bocamanga de nadie.

Los hechos, ordenados cronológicamente, son éstos:

1. Augusto Ferrer-Dalmau es el más famoso autor español de pintura histórica. Su obra tiene fama internacional y hay largas listas de espera para conseguirla. Uno de sus cuadros figura en lugar destacado en el museo del ejército ruso, en Moscú. Hace cuatro años, y a petición del Museo Naval, Ferrer-Dalmau pintó su versión personal de El último combate del

Glorioso, navío que sucumbió ante una fuerza británica muy superior tras librar en solitario una sucesión de épicos combates. El cuadro fue presentado con todos los honores por el rey don Felipe VI, y desde entonces se convirtió en una de las obras más visitadas y admiradas del museo.

2. En vísperas de la inauguración del museo recientemente remodelado, el diario ABC advierte que se ha retirado el cuadro del Glorioso, sustituyéndolo por otro más antiguo de Cortellini, de menos impacto visual y donde el navío aparece vencedor en otro combate. También se averigua que, por decisión personal del almirante Garat, el Glorioso va destinado al despacho de un funcionario del ministerio de Defensa. Sobre todo eso, ABC publica un artículo tan documentado y serio como los que habitualmente firma su jefe de Cultura, Jesús Calero.

3. Al conocer la noticia me pongo en contacto con Ferrer-Dalmau por si sabe algo de eso; y el pintor, sorprendido, responde que nadie le ha dicho ni consultado nada y que es la primera información que tiene. Tras lo cual, como amigo y colaborador del Museo Naval desde hace veinte años (tiempos del querido almirante Sisiño González-Aller, alma del museo y a quien todos parecen haber olvidado hoy), y como íntimo del pintor, que se encuentra abatido por la desconsideración con la que se ha hecho todo, expreso en Twitter mi protesta. Durante todo el día se multiplican los mensajes del público en tal sentido, hasta el extremo de que la ministra de Defensa, Margarita Robles, en un acto de delicadeza que la honra, telefonea amablemente a Augusto Ferrer-Dalmau para asegurarle que el cuadro no permanecerá oculto.

4. Al día siguiente, en conferencia de prensa, el almirante Garat rectifica lo de que el cuadro irá a un despacho, y dice ahora que será cedido alguna vez a exposiciones temporales. También justifica su decisión de retirarlo señalando que en la nueva orientación del museo se pretende minimizar la presencia de derrotas navales y mostrar más victorias, y afirma que en el cuadro de Ferrer-Dalmau el Glorioso aparece arriando la bandera (extremo falso, pues aparece combatiendo con ella izada en el palo de mesana) y que al comandante de ese navío «no le habría gustado verse recordado así».

5. Publico un artículo en XL Semanal, suplemento dominical de 22 diarios del grupo Vocento incluido ABC, titulado Los ingleses lo respetaron más, manifestado mi estupor e indignación ante la retirada del cuadro y el modo poco elegante en que se ha hecho, así como sobre las peregrinas y personalísimas razones esgrimidas por el almirante Garat. Ese artículo suscita la irritación del almirante, que escribe y difunde una primera carta reiterando las razones expuestas en la rueda de prensa.

6. The Times publica un artículo de su corresponsal narrando lo sucedido y resaltando que el valor de los marinos del Glorioso fue alabado por sus vencedores británicos, que escribieron: «Nunca unos hombres combatieron con tanto valor como a bordo de ese barco». Ese artículo, que circula por el ministerio de Defensa, el cuartel general de la Armada y el Museo Naval, lo reproduzco en mi cuenta de Twitter tomado del dosier de prensa del ministerio de Defensa. Todo eso indigna al almirante Garat, que escribe una segunda carta (casi tres folios) que intenta difundir por todos los medios a su alcance, en la que me acusa de haber suscitado la polémica, habla de pataleta por mi parte, insinúa que él representa a la Armada y que los ataques a sus decisiones atacan a ésta y al Museo Naval, y me aconseja paternalmente serenidad y madurez.

7. A esa segunda carta del almirante Garat respondo con una nota en Twitter donde, serena y maduramente como él me solicita, recuerdo el origen de la polémica y lamento la costumbre profesional del almirante, ahora sin mando efectivo y en la reserva, de dar órdenes sin que nadie se las discuta, escociéndose cuando la sociedad civil (el Museo Naval pertenece a ella) las cuestiona. Esa nota parece indignarlo todavía más, y durante varios días remueve el asunto, telefonea a periodistas, exige que recojan su versión de la polémica y escribe una tercera carta que intenta por todos los medios, aunque sin demasiado éxito, que sea recogida por los medios informativos.

8. Simultáneamente, Garat envía (supuestamente lo reenvía) al personal del Museo Naval un falso mensaje del pintor Augusto Ferrer-Dalmau en el que éste le manifestaría su «comprensión» y apoyo ante la retirada del cuadro del museo, dando a entender que el pintor está de su parte y todo surge de un empeño personal mío. Indignado, Ferrer-Dalmau me comenta su intención de emprender acciones legales contra quien le atribuye semejante mensaje. Otros amigos y yo lo disuadimos de ello, aconsejándole que no se enfangue y permanezca fuera de esta polémica, como hemos procurado que ocurra hasta ahora. Personalidades situadas muy por encima del almirante Garat nos expresan a Ferrer-Dalmau y a mí mismo su pesar por las desafortunadas iniciativas telefónicas de aquél.

9. El corresponsal del Times y otros medios me piden declaraciones sobre el asunto, y me niego a hacerlas. Garat sigue exigiendo que recojan las suyas. Al fin consigue que ABC le publique una tercera carta (o una cuarta, ya he perdido la cuenta) y unas declaraciones en las que, aparte de afirmar que el corresponsal de The Times en España es «un colaborador de Pérez-Reverte», sostiene que el Museo Naval ha conseguido al fin «un discurso equilibrado de éxitos y fracasos», y anuncia, tres semanas después de su intento frustrado de enviar el cuadro a un oscuro despacho, que el Glorioso irá al museo de San Fernando, en Cádiz.

Tales son los hechos, y ninguna pataleta almirantesca, ninguna carta abierta o cerrada, ninguna llamada telefónica intimidatoria a periodistas, ningún envolverse en la bandera de la Armada (ajena a las filias y las fobias personales de Garat), puede cambiarlos. La realidad simple es que quiso esconder un cuadro que no le gusta; y no consiguió hacerlo porque una parte de la opinión pública, a la que él no quiso consultar antes y no atendió después, se niega a aceptar su discutible, y por tanto discutida, decisión (como dicen los árabes, Dios ciega a quien quiere perder). Ahora, con el agua filtrándosele por el prensaestopas, se ve forzado a rectificar e intenta justificarlo enredando, desviando y manteniendo viva una polémica que a todos aburre ya; lo que, para un alto mando de la Armada que concluye así una brillante y ejemplar carrera, es muy triste. Paradójicamente, tan desproporcionada publicidad añade al cuadro una fama y una expectación que garantizan su éxito de visitas en cualquier museo al que sea destinado. Ésa es la parte positiva. En cuanto a Juan Rodríguez Garat, el almirante que dijo que el capitán Mesía de la Cerda, comandante del Glorioso, no querría verse recordado como lo pintó Ferrer-Dalmau, ha conseguido que ahora, y tal vez para siempre, se le recuerde a él como al almirante que quiso esconder el cuadro del Glorioso, y no pudo.

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