La importancia de la pedrea

Finalizado el reparto de los premios mayores, las escalas subalternas del Partido Popular de Galicia viven con expectante ansiedad la hora de la pedrea feijooniana. Habrá qué ver cuántos de los cargos digitales todavía vigentes quedan confirmados y cuántos son remozados por agotamiento de la confianza depositada o por no haber alcanzado el mínimo exigible en la recaudación del voto sectorial. Conviene, pues, estar atentos a los movimientos de lo que en las empresas llaman «mandos intermedios», a mitad de camino entre la dirección y los empleados.

Pues sí: es en la lista de la calderilla y no en la de los premios gordos cuando se pone a prueba la inteligencia de los políticos, es decir, cuando se calibran las diferencias entre la política como oportunidad gananciosa y la política como servicio público. Porque es la gestión de pequeña y mediana temperatura la que afecta directa y cotidianamente a los asuntos que requieren atención apremiante y soluciones sin aplazamiento. Es, por decirlo de otro modo, la política que viene en ayuda de lo doméstico.

La gente del común (y gente del común somos todos) no busca ni grandes proclamas, ni grandes discursos, ni grandes promesas, porque, a fuerza de decepciones, ha dejado de creer en todo eso y sabe que tras la elocuencia de «payasos, tenores o jabalíes» (siempre viene bien un recuerdo orteguiano) se esconde siempre un charlatán de feria. En eso no existe diferencia entre derechas e izquierdas.

Lo que pide el ciudadano gallego que tiene los pies sobre la tierra es que el político que le cae más a mano le solvente los problemas de todos los días, las dificultades que se pueden corregir sin necesidad de empinarse en la tribuna de los excelsos patricios. Y los vendedores de crecepelos, cuanto más lejos, mejor. Por eso, estemos atentos a la pedrea.