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Los fantasmas de Andrés

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Nada ha obligado tanto al presidente Andrés Manuel López Obrador a repensar su estrategia política y de gobierno como el tener que aceptar, bajo presión, una serie de cambios que fundamentalmente inciden en el tema migratorio pero que permite aflorar contradicciones en su gobierno y, lo inimaginable hasta hace poco, disentimientos internos que han llevado a varias renuncias y remociones dentro de su propio equipo. Bastó el manotazo sobre la mesa del jefe de la Casa Blanca para cimbrar toda la estructura del Ejecutivo federal de México. El choque viene, también, porque en el fondo tanto AMLO como Donald Trump parten de una misma premisa: el populismo. Lo que pasa es que es imposible jugar a las vencidas ya que el magnate lleva todas, pero todas las de ganar. Y como hemos visto las cosas ya con mayor claridad nada resulta tan poco cierto que las palabras de Marcelo Ebrard en cuanto a que salimos de ésta “con la dignidad intacta”.

Nunca, que se recuerde quizá desde los tiempos de la controversia internacional causada por la expropiación petrolera, motivada por los países afectados, había estado México contra la pared en un tema que, hay que decirlo también, fuimos de origen incapaces de manejar correctamente para luego ser simplemente vapuleados y con la amenaza constante y reiterada de que “hacemos las cosas bien” o seremos castigados. Así, como en los tiempos imperiales o los del fascismo, un país somete a otro al que no le queda más que disfrazar de “triunfo” su propia docilidad e impotencia. Finalmente, el famoso “acuerdo secreto” sí existió y se concreta en dar satisfacción plena al Olimpo trumpiano o nos suelta la guillotina a la economía del país. Hasta resulta irónico, por qué no decir hasta cómico, que la secretaria de Economía ahora sí saque la resortera y le diga a Goliat que también nosotros podemos hacerle al “ojo por ojo” si a fin de cuentas nos aplican los aranceles. ¿Por qué hasta ahora cuando ya se permitió poner al país como alfombra del poderoso?

Trump, tarde que temprano, doblará el brazo a su colega mexicano para imponernos la condición de “tercer país seguro”, que entre otras cosas significa trasladarnos su propio problema migratorio y, de conformidad a los acuerdos de Ginebra de 1951, la obligación de no devolver de aquí a ningún solicitante de asilo a su país de origen, además -ahí está lo mejor-, el deber de darle vivienda, seguridad social, atención médica, empleo, educación y hasta promover la reunificación familiar. Así, muy pronto se le acabarán los fondos a López Obrador obtenidos de la venta del avión presidencial (¿qué no es dinero de todos los mexicanos? ¿qué no debe haber una reasignación de recursos legal?) y tendrá que echar mano de los fondos federales, o sea los de todos nosotros, para atender a los quizá sesenta mil o más ilegales que esperarán hasta un año o más en territorio mexicano, para que finalmente Estados Unidos les diga seguramente que no. Estadísticamente, en promedio sólo acepta en la figura de asilo al 15 por ciento de solicitantes.

La Unión Europea, con bases económicas muy superiores a las nuestras, no pudo contener sus oleadas de refugiados entre 2015 a 2017 -quizá en el orden del medio millón de personas-, sufrió las presiones ante la cantidad de muertes en el Mediterráneo (unas tres mil) y finalmente no le quedó de otra que imponer a Turquía la condición de “tercer país seguro” para frenar la incesante migración de oriente medio (Siria, Irak, etc.) y del norte de África, principalmente. Y hay quejas del gobierno mexicano de que ni la ONU se conmueve a apoyarnos. Señores Ebrard y AMLO: ¿ya fueron a buscar esa ayuda en el exterior? ¿creen que vendrán porque se organicen mítines en Tijuana y otros lados? ¿no sería mejor, entre otras cosas, que el presidente, en vez de enviar para todo a Ebrard, tuviera el valor de enfrentar y dialogar por sí mismo con los dirigentes de las naciones más poderosas del mundo en la reunión del G20 en Osaka en menos de dos semanas más?

Pero, la verdad, AMLO está al parecer sigue lleno de fantasmas. Esto le lleva, como sucedió a otros gobernantes y sobre todo dictadores, o como le pasa al propio Trump, a desconfiar de su propio equipo y a nombrar en tareas plenipotenciarias a sus favoritos. ¿Qué sentirá la secretaria de Gobernación Olga Sánchez (“no soy celosa, pregúntenle a mi marido”), ser despojada de una de sus funciones primordiales para entregarle el mando de Migración a Ebrard? ¿Y el titular de Seguridad Arturo Durazo al concederle la primeriza Guardia Nacional para blindar -si se puede- la frontera sur? “No lo inflen tanto (a Ebrard), lo van a reventar”, diría Porfirio Muñoz Ledo, voz que discrepa porque, a fin de cuentas, más debe saber el diablo por viejo.

El país avizora tiempos cada vez más complicados. El fenómeno migratorio incluso provoca reacciones encontradas en el mismo pueblo. La xenofobia no es algo realmente extraño en el mexicano. Pero ahora se acentúa ante la culpa que se arroja al migrante como causal de los problemas internos. Para muchos el criterio debe seguir siendo el humano, pero cualquiera puede pensar que aquí hay mucho todavía por resolver y que primero están los mexicanos. Grave situación la nuestra. En cambio, López Obrador sigue en su mundo de división, de adversarios reales o inventados, ahora insistiendo en que le robaron dos elecciones anteriores, indignado porque le detienen sus grandes proyectos. Es tiempo que dejara sus fantasmas. La realidad es otra, la de los mortales que queremos ya un gobierno a la altura de los mexicanos.

miguel.zarateh@hotmail.com o

Twitter: @MiguelZarateH

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