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Rosas rojas en el Supremo

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Dice la leyenda que las mujeres que asistían a la misa oficiada en la capilla de Sant Jordi el 23 de abril en Barcelona recibían una rosa. La costumbre se remonta al siglo XV, cuando al parecer se celebraba en primavera una feria floral en la capital catalana, que ha conservado esta tradición y la ha convertido en una seña de identidad. Por ello, no resulta extraño que los líderes independentistas que se sientan en el banquillo quisieran conmemorar ayer el día de Sant Jordi con la insignia de una rosa roja que llevaban en la solapa, que resaltaba sobre una señera y una espiga de trigo. La rosa roja es el símbolo del amor romántico y de la pasión, mientras que la canción de Els Segadors, el himno de Cataluña, habla de que brotarán espigas de oro frente a las cadenas del enemigo. La jornada del Supremo comenzó con algunas declaraciones de altos cargos de la Generalitat y de mandos intermedios de los Mossos, que, en consonancia con la efemérides, intentaron presentar a los inculpados como caballeros en lucha contra el dragón estatal que echa fuego por su fauces. Todo iba bien para los acusados hasta que, a última hora de la mañana, le tocó comparecer a Jordi Jané, exconsejero de Interior hasta julio de 2017. Con una coronilla que evocaba a la de un fraile tonsurado, Jané parecía un Santo Tomás de Aquino intentando demostrar la existencia de Dios a los incrédulos. Quería hacer creer a los jueces que abandonó su cargo porque estaba muy cansado y ya había logrado todos sus objetivos, tras subrayar que en el Gobierno del que formaba parte nunca se contempló la eventualidad de una consulta no pactada por el Estado. Al final Jané tuvo que reconocer que surgió «la posibilidad de un escenario de no acuerdo», lo cual influyó en su decisión de «no continuar». Un circunloquio para decir que se marchó porque sabía que Puigdemont iba a seguir adelante con la consulta a pesar de su evidente ilegalidad. Diez días antes de su relevo, el Gobierno catalán había aprobado el proyecto de Ley del Referéndum tras dejar claro que la consulta se llevaría a cabo al margen de la oposición del Estado. Jané afirmó que esa iniciativa «carecía de valor jurídico» y formaba parte de una estrategia de negociación a la que vez que insistía en su firme compromiso con la defensa de la Constitución y las leyes vigentes, algo difícilmente compatible. Por la tarde, les tocó declarar a Meritxell Ruiz, exconsejera de Educación, y a Jordi Baiget, exconsejero de Empresa, que también cesaron en sus cargos el 13 de julio de 2017. Los dos intentaron desvincular su salida del Gobierno de la decisión de Puigdemont de desafíar la legalidad, pero al final tuvieron que reconocer la verdad: que se fueron porque no querían ser partícipes de lo que iba a suceder. Ruiz matizó que podía producirse «un cambio de escenario» y que no quería verse implicada en «la tensión» que ello iba a provocar. Baiget señaló que Puigdemont le había destituido con el argumento de «una perdida de confianza». Pero esa circunstancia se produjo horas después de unas declaraciones en «El Punt Avui» de Baiget en las que afirmaba que no era partidario de llevar a cabo la consulta si no había un pacto con el Estado. Interrogado por esa insólita coincidencia, el exconsejero reconoció que hubo «una relación de causa-efecto» entre sus palabras y su cese. Los abogados renunciaron a preguntar más y Marchena dio por acabada la sesión. Si al entrar en la sala los líderes independentistas exhibían un aire festivo y jovial, al final abandonaron el Supremo con la cara de quien se lo estaba pasando muy bien en una fiesta que queda abruptamente suspendida por un apagón de luz. Daba la impresión de que la rosa natural que Forcadell llevaba en su chaqueta roja se había marchitado y que la sonrisa de los abogados se había trocado en un gesto de resignación. No fue un buen día de Sant Jordi el de ayer en el Supremo.
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