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La cruel enfermedad que torturó a Napoleón en sus últimos días: ¿se estaba transformando en una mujer?

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Tras el desastre que supuso la batalla de Waterloo, las tropas de la Séptima Coalición se adentraron en Francia a la captura de Napoleón. El 1 de julio, Von Blücher ocupó Versalles y, una semana, después se restauró la corona de Luis XVIII. A la desesperada, Napoleón trató de huir en barco hacia América, pero fue capturado por los británicos que hicieron oídos sordos a sus peticiones de asilo. El otrora dueño de Europa fue desterrado a la remota Isla de Santa Elena, a cientos de kilómetros de África, donde pasó sus últimos seis años de vida afectado por una extraña dolencia que, según una hipótesis defendida en los años ochenta, pudo estar provocada por un mal glandular. Napoleón ya había permanecido desterrado en una remota isla, la de Elba, antes de iniciar los 100 días que terminaron con su estrepitoso fracaso en Waterloo. Sin embargo, las condiciones de su reclusión en Santa Elena fueron mucho más duras y afectaron mucho más a su ánimo. Cautivo de los ingleses, que en el futuro siguieron usando la isla como prisión de figuras políticas, y rodeado de un escaso puñado de seguidores, Napoleón Bonaparte empezó a sufrir de forma constante un dolor en el costado derecho idéntico al que su padre tuvo poco antes de su muerte, oficialmente a causa de un cáncer de estómago. El dolor, que algunos expertos también han apuntado a que pudo ser causado por envenenamiento, fue consumiendo poco a poco la vida de Bonaparte y vino acompañado de otros síntomas. El síndrome de Zollinger-Ellison Más allá de la hipótesis del envenenamiento o del cáncer de estómago, el doctor Robert Greenblat –especialista en endocrinología– defendió en los años ochenta una curiosa teoría que explicaría el extraño deterioro físico que fue sufriendo el «Gran Corso» en la última etapa de su vida. Su cuerpo fue redondeándose y sus partes genitales empezaron a atrofiarse, como advirtieron los que posteriormente se lanzaron a la profanación del cadáver. Según defendió este investigador norteamericano en la revista científica «British journal of sexual medicine», a partir de los cuarenta años de edad Napoleón Bonaparte mostró los síntomas de una enfermedad glandular que se conoce como síndrome de Zollinger-Ellison: una especie de transexualización. El síndrome de Zollinger-Ellison está causado por tumores que, por lo general, se localizan en la cabeza del páncreas y en la parte superior del intestino delgado. Habitualmente, las personas afectadas por estos tumores derivan en neoplasia endocrina múltiple tipo I (NEM I), que provocan graves desórdenes hormonales. Como prueba de ello, el doctor Greenblat apunta que, durante el examen posterior a su muerte, se halló en el cuerpo del Gran Corso una espesa capa de grasa, su piel era blanca, las espaldas estrechas, las manos y los pies pequeños, hasta el extremo de que varios forenses quedaron asombrados por la belleza de sus brazos y de sus pechos redondos y sin pelo, «que muchas mujeres hubieran envidiado». Siendo un hombre de complexión atlética en su juventud y un fogoso amante –especialmente durante la época de su matrimonio con Josefina–, Napoleón empezó en su madurez a coger peso y a desarrollar algunos rasgos femeninos, como denota su escaso pelo facial o su piel extremadamente blanda. Su actividad sexual se redujo sobremanera tras su boda con la Emperatriz María Luisa, y empezó a ser víctima de varias dolencias que le acompañaron hasta sus últimos días: letargia (somnolencia prolongada), entumecimiento de las piernas e intensos dolores de estómago. Varios forenses quedaron asombrados por la belleza de sus brazos y de sus pechos redondos y sin pelo, «que muchas mujeres hubieran envidiado» El duro cautiverio en la isla de Santa Elena, donde pasó los últimos seis años de su vida, no ayudó ni mucho menos a que su estado de salud mejorara. Su última vivienda, Longwood House, era una enorme villa abandonada que se encontraba azotada por un clima insalubre. «Muero antes de mi tiempo, asesinado por la oligarquía inglesa, y su matón a sueldo», escribió Napoleón días antes de su muerte, a los 51 años, quejándose del trato recibido por los carceleros británicos. Finalmente, el corso falleció el 5 de mayo de 1821 a las 17:49h. siendo sus últimas palabras: « Francia, el ejército, Josefina». Aunque Napoleón pidió en su testamento ser enterrado en París, los ingleses no quisieron alimentar el mito y ordenaron que el cuerpo no saliera de Santa Elena. Hubo que esperar hasta 1840 para que, a instancias del gobierno de Luis Felipe I, sus restos fueron repatriados a Francia.
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