Apuntes de montaña
A quienes compartieron la nieve, el esfuerzo y la pasión. Gracias por cada paso y por sostener al grupo cuando fue necesario. Estas notas recogen fragmentos de la experiencia vivida durante el Curso de Montañismo en Nieve con Cumbres, organizado por la Comisión de Montañismo del Club Andino Bariloche los días 20, 21 y 22 de junio de 2025. La formación estuvo a cargo de los instructores José Bonacalza y Pedro Narraro. No se trata de un registro exhaustivo ni técnico del curso, sino de una serie de pinceladas personales que intentan transmitir la vivencia, el aprendizaje y la intensidad de esos días en la montaña.
Desde la planificación inicial, la principal incertidumbre fue el pronóstico meteorológico. La tormenta de nieve anunciada para la tarde del sábado se mantenía estable desde hacía varios días. Ante un posible empeoramiento, se consideró como alternativa el Cerro Piltriquitrón, en El Bolsón. La clase teórica se centró en la planificación estratégica: estimación de tiempos de marcha y definición de ventanas posibles para intentar las cumbres del Cerro Mar de Piedras, Cerro Punta Negra y Cerro del Viento, los tres guardianes de la laguna. También se abordó el equipo técnico, en especial el calzado impermeable.
Como en el curso anterior, nos dividieron en «células», aunque esta vez rotábamos de grupo cada día. Con los compañeros, planificábamos la ruta y liderábamos por turnos la marcha, abriendo huella y tomando decisiones en terreno. Por primera vez, utilizamos radios como herramienta de comunicación: se estableció un horario para reportar la situación y compartir datos relevantes, cuidando el consumo de batería.
La acumulación de nieve hizo que abrir huella fuera un desafío constante, que requería trabajo colaborativo y turnos para sostener el ritmo. Lo que antes solo conocíamos por mapas o tracks se desplegaba ahora bajo nuestros pies. Parar, observar, decidir: eligiendo el paso según pendientes, vegetación, viento y condiciones de la nieve.
Aprendimos a «lenguear»: hacer camino a través de las lengas, muchas veces con nieve hasta la cintura, en una lucha cuerpo a cuerpo. En esas maniobras, todo lo que cuelga de la mochila puede engancharse o perderse. La atención y la paciencia fueron imprescindibles.
El primer día, tras llegar a la Laguna Ilón —donde almorzamos—, ascendimos el lomo del Cerro Punta Negra. Los últimos rayos de sol bañaban el Brazo Tristeza del Nahuel, el Cerro Capitán y la laguna Ilón, con el Tronador como fondo majestuoso. El descenso fue puro disfrute. Elegimos una pendiente más pronunciada para evitar el tránsito lento entre las lengas. La nieve profunda permitió deslizamientos ágiles. Un termo se precipitó ladera abajo y fue rescatado con éxito. Sin lesionados, pero con alto espíritu «reventista». (Reventismo: filosofía que predica una actitud de alegre desparpajo).
Durante los ascensos, los instructores realizaron observaciones y pruebas informales para evaluar el riesgo de avalanchas. En una de ellas, José cavó un pozo de aproximadamente un metro de profundidad con su bastón: identificamos tres capas —hielo, nieve húmeda y nieve reciente— con diferencias notorias de dureza. No implicaba riesgo inminente, pero sí requería atención. Pedro nos mostró cómo utilizar la sonda: en una de las pendientes del Cerro del Viento, midió una profundidad de 1,60 metros. Comprender esa complejidad fue parte esencial del aprendizaje.
El segundo día amaneció, tal como se preveía, gris y tormentoso, con escasa visibilidad y nubes bajas. Partimos rumbo al Cerro Mar de Piedras bajo una nevada leve que fue intensificándose. Cruzamos la línea de lengas con esfuerzo, ganamos el lomo y avanzamos con lentitud bajo el viento y la nieve. Al llegar la hora pautada, y dadas las condiciones, iniciamos el regreso. Aceleramos el paso, aunque el cansancio era evidente. Cuando alcanzamos el sendero hacia el refugio, la nieve se transformó en agua. Comer en marcha fue la única alternativa para conservar calor. El agotamiento era físico y mental. Solo pensábamos en llegar, secar la ropa y recuperarnos para el día siguiente.
La tercera jornada, con destino al Cerro del Viento, fue la más fría. La nieve endurecida facilitó la marcha. Seguimos lengeando. Para combatir el frío, improvisamos el «baile del pingüino», guiados por Pedro. Mientras ascendíamos, las botellas mostraban los primeros signos de congelación. El almuerzo fue breve. Comer con guantes —rígidos como el cartón— fue un desafío; hacerlo sin ellos, y luego volver a colocárselos, una hazaña. Aun así, hubo tiempo para una foto y una bebida caliente.
Por las noches, el refugio se convirtió en un espacio para el juego, la creatividad y la reflexión. Hubo quien se animó a recitar poesía. El sillón del «reventismo» —esa postura relajada ante la vida— fue testigo de anécdotas de todo tipo y color. También hubo momentos para la acuarela, el yoga y las pausas introspectivas.
La «terapia grupal» ocupó un lugar destacado. Hacerse el momento para compartir experiencias, aprendizajes y formas personales de afrontar los desafíos resultó enriquecedor. Todos coincidimos en que el proceso de aprendizaje fue gradual, práctico y que el acompañamiento de los instructores brindó contención y seguridad. Se generó un lazo fuerte, casi familiar. El grupo impulsó a quienes dudaban. Cada uno enfrentó sus propios límites. Algunos se sintieron más seguros; para otros, el clima fue un factor desafiante; en algunos casos pesó el cansancio o el diálogo interno. Algunos simplemente se entregaron a disfrutar, momento a momento.
Entender el verdadero sentido del montañismo fue descubrir que no se trata solo de alcanzar una cumbre, sino de cómo habitamos la montaña. Al final del día, lo que nos unió no fue una práctica organizada, sino el respeto por la naturaleza, la aventura compartida y el desafío interior. El valor no estuvo en llegar a la cima, sino en haber vivido la montaña con autonomía, seguridad y presencia.
Josefina López Llovet
Junio de 2025