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Las manos que prolongan la carrera de los futbolistas

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Hace no tanto tiempo era habitual ver en los campos alguna barriga, algún cuerpo esperpéntico que distaba con creces del ideal atlético reinante entre los jugadores de élite y que, obviamente, sacaba alguna sonrisa al siempre avispado espectador. Aquel era un fútbol más espontáneo, más anárquico, en el que deportistas pasados de peso en algún momento de su carrera, como Ronaldo Nazario o Cassano, se podían permitir el lujo de seguir marcando la diferencia. En parte, porque la exigencia física era inferior (por ejemplo, no era extraño que algunos de sus compañeros no pisaran jamás el gimnasio). Pero también era un fútbol en el que otros jugadores, por desgracia, vieron cómo las lesiones les arrebataron sus planes de futuro. Hoy en día todo ha cambiado. La condición física, que siempre fue importante, es ya un factor indispensable; los clubes lo saben y pueblan sus cuerpos médicos de personal cualificado y diversificado. A cada plantilla de élite, como las tropas auxiliares a las legiones romanas, le acompañan cinco o seis fisioterapeutas, varios readaptadores, psicólogos, nutricionistas… Un mundo al alcance del jugador, del que inevitablemente se nutre. El conocimiento llega a él casi por decantación, porque desde que es adolescente y alcanza un club profesional le avasallan con la idea de que para llegar a la élite y mantenerse en ella muchos años debe tratar con mimo a su físico. Así lo explica Pablo Alfaro, exfutbolista del Sevilla, entre otros equipos, a este periódico: «Ahora el profesional es capaz de prolongar un poquito más su carrera. Y claro, esto es consecuencia de la evolución en diferentes campos relacionados con el cuerpo humano. Si desde jovencito ya tiene hecho un trabajo previo de fuerza y de adaptación, si desde muy temprano se toma en serio la nutrición y la alimentación, si cuando se lesiona y necesita cirugía esta es poco invasiva... los jugadores van sumando factores y las carreras tienden a ser más longevas». El futbolista, como con maestría solía decir el recién fallecido Antonio Escohotado, se da cuenta de que «de la piel para dentro mando yo» y se sumerge con esmero en el proceso de autocuidado de su principal herramienta de trabajo, su cuerpo. Tanto es así que numerosos jugadores de élite contratan a sus propios nutricionistas, entrenadores personales y, por supuesto, a sus fisioterapeutas de confianza, cada vez más imprescindibles para los profesionales. «Al futbolista lo conocemos al milímetro. Tenemos el máximo conocimiento de cómo es, de cómo reacciona al tratamiento, de qué tipo de trabajo de gimnasio se adapta mejor a su cuerpo y que luego le generará mejor rendimiento al medio-largo plazo, sabemos si el dolor que tiene es más o menos preocupante...», detalla ABC David de la Hera, fisio personal de Rodrigo de Paul, mediocentro del Atlético de Madrid, y de otros jugadores como Darwin Machís (Granada), Javi Galán (Celta), Rober Correra (Eibar) o Ignacio Pussetto (Udinese). David de la Hera, trabajando con el rojiblanco Rodrigo de Paul - ABC En este conocimiento extremo del deportista y su persona destaca un aspecto esencial: el tiempo. «Las horas que le dedicas al jugador es otro factor diferencial. Vas a su casa y trabajas con él ocho, diez o doce horas al día; es un servicio que nadie puede dar en un club de fútbol», indica el extremeño. En las plantillas, donde conviven 25 jugadores, es bastante complicado, por no escribir imposible, que cada profesional le dedique el tiempo que él querría a cada futbolista. De la camilla al campo En la charla con este periódico, el fisioterapeuta repite en numerosas ocasiones la palabra confianza. Como él afirma, entre fisio y futbolista se crea una relación afectiva que se riega con tiempo a solas, conversaciones sobre el todo y la nada y atravesando juntos momentos delicados, como las lesiones. Pese a que el jugador es hoy más profesional que en épocas pretéritas y a que tiene más medios y más personas pendientes de su cuerpo, las lesiones son intrínsecas al fútbol. Cuando atacan a un chico, y más si son de gravedad, suelen ir acompañadas de sentimientos de pena, ira e incomprensión. Tras el duelo y las posibles intervenciones médicas, el futbolista se encuentra con el readaptador/recuperador, una figura desconocida para el gran público que habita en los clubes profesionales desde hace poco más de una década. «El recuperador trabaja individualmente con el jugador y, por tanto, abarca todas sus necesidades hasta que vuelve con el grupo. No solo nos preocupamos de la lesión, también trabajamos en el aspecto mental y en el campo físico general, porque no solo tenemos que recuperar al futbolista de la lesión, tenemos que mantener su forma e intentar que esté animado hasta su vuelta con el grupo», explica Jaime Asensio, readaptador del Alcorcón y exfutbolista profesional. Esta nueva profesión nace de un vacío que antaño era ocupado por los cuerpos de preparación física y fisioterapia, pero, como manifiesta Asensio, «se necesitaba a una persona en ese proceso de pasar de la camilla al campo». El recuperador camina en la línea que separa al cuerpo médico del técnico y se interrelaciona con ambos para que en el transcurso de la recuperación pueda ir introduciendo «tareas cada vez más similares al entrenamiento diario del equipo», afirma Asensio, ex jugador de Córdoba y Recreativo, entre otros. Los medios en el pasado De la Hera expresa que su fin principal no reside en readaptar al jugador cuando se ha lesionado, sino en tratar de que no se lesione. «La gente no lo sabe, pero trabajamos a diario con el jugador en una serie de ejercicios que se planifican según su anatomía y los déficits que pueda tener a nivel de movilidad o de fuerza para evitar lesiones futuras; es una de nuestras funciones clave». Pablo Alfaro dejó una huella imborrable en el Sevilla, donde hoy es leyenda, y buenos recuerdos en otros clubes. Aparte de hacer carrera en la Liga durante tres décadas (80, 90 y 2000) y haber entrenado recientemente al Córdoba y al Ibiza, el aragonés es médico deportivo. Cuestionado sobre cómo han cambiado los ‘staffs’ en sus dos etapas en el fútbol, responde entre risas: «En mi época, en los equipos con muchos medios había un médico y uno o dos fisioterapeutas para todo el grupo. Incluso había equipos de Primera que ni tenían fisios, simplemente tenían masajistas de toda la vida y con eso se apañaban». Alfaro, de la mano del doctor Escribano en el Sevilla, fue pionero en el arte de cuidar su cuerpo en una época en la que la información y los medios escaseaban. Por ello, pudo retirarse con 38 años en un tiempo en el que celebrar los 40 como futbolista de élite era una posibilidad al alcance solo de los porteros y de algún jugador de campo, como Carboni o Donato. Casos casi excepcionales. En la época de Pablo Alfaro como jugador, que nunca sufrió una lesión, no estaba extendida la figura del fisio personal. Sin embargo, ha convivido con ella en su etapa en los banquillos y, pese a reconocer que se trata de un plus para el deportista, asegura que puede acarrear algún inconveniente. «Si las pautas de la preparación física y los cuidados médicos del club se contradicen con las del entrenador personal o del fisioterapeuta personal, se puede ocasionar un problema, es necesaria una comunicación fluida entre ambos. Porque el profesional que trabaja para el grupo busca el bien común, el bien del colectivo (que muchas veces es el bien individual de cada uno), mientras que el profesional que trabaja expresamente para el jugador busca solamente el bien de quien le paga. Así, muchas veces hay información que no se da, hay un ‘feedback’ que no es el adecuado. Ya te digo, es una situación que se está dando y hay que vigilar porque puede generar conflictos», concluye. El fútbol, como la vida y el tiempo, avanza inexorablemente. Y en su camino, como ya ocurriera en el cine, está creando un mundo profesional hiperespecializado. Así, actualmente en los clubes existen áreas de preparación física, de salud, de readaptación, de táctica, de videoanálisis, de estadística e inteligencia artificial… y si estos campos no trabajan de manera interdisciplinar, con una comunicación activa como indica Pablo Alfaro, corren el riesgo de perder de vista el objetivo principal, que no puede ser otro que optimizar el rendimiento del jugador y del equipo, en pos de su objetivo específico.
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