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El Athletic rompe el espejismo

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El fútbol, como la vida, no es justo, ni razonable, ni siempre una cosa lleva a la otra. Que el Barça más mediocre, chato y gris de todos los tiempos se estuviera disputando el primer título de la temporada tenía la parte fascinante y la parte absurda de este deporte que se parece tanto a nosotros que es amor y es política y es negocio y es filosofía. Entre heroico y ridículo asomaba el Barça en Sevilla con su juego insuficiente, caótico, impreciso y muy por debajo del nivel que inspiró Cruyff. De fondo, la vergüenza de república bananera de haber suspendido las elecciones con pretextos sanitarios, cuando la verdad es que los que mandan temen perder el poder. Lamentable el Barça, lamentable Cataluña –por el mismo motivo–, y ante la absoluta pasividad de los catalanes, que están tan acostumbrados a vivir de mentiras que ya no les queda dignidad para reaccionar ni ante los más clamorosos fraudes. Como yonkis a los que ya ni les importa dormir en la calle a cambio de la próxima dosis, deambulan catalanes y culés como zombies de sí mismos. Tras tantas lecciones y tras tantos despilfarros, aquí estamos, medio dando el pego, pero arrastrándonos. El Barcelona empezó mal, reducido por el Athletic. Dembélé no podía comparecer, parecía que a Busquets, las enfermeras del geriátrico, le habían dado ya las pastillas para dormir, sin acordarse de que tenía partido, y Lenglet, tan menor y superado, se ganó la amarilla en el minuto 10 no porque no tuviera más remedio sino porque no tenía más recursos y la grosera falta que le hizo a Williams, grosera e innecesaria, fue lo único que el pobre sabe hacer. Griezmann, fiel a su intenso recital del despropósito, fallaba todo lo que tocaba. En el minuto 21, el Barça no sólo no había chutado sino que ni había pisado el área rival. Triste imagen culé, impotente y atrasado, con la alta excepción de Ter Stegen. Justo lo contrario, Dembélé parecía como contagiado de lo malo que es Griezmann. El Barça, 14 pérdidas de balón en media hora, tenía suerte de que el Athletic no era capaz de aprovechar tanta torpeza. Lenglet, superado Williams olía la sangre y buscaba la espalda de Lenglet, uno de esos jugadores con el que sólo tiene sentido en el once titular de un Barça por motivos de caridad social. Si no es la cuota de algo, su sola presencia es una grotesca burla. Messi soltó la pierna a 25 metros y se le fue el latigazo un poco alto. Pero quien marcó fue Griezmann, aprovechando los frutos de una sensacional asistencia de Messi a Jordi Alba. Poco le duró la alegría a Koeman, muy celebrativo en la banda, porque De Marcos empató a los dos minutos gracias a una defensa lastimosa del Barça. Partido de imperfecciones, de especulaciones, de dos equipos que tenían más miedo de sus defectos que confianza en sus virtudes y que daba la impresión de que lo ganaría el que cometiera menos errores, o lo que es lo mismo, el cobarde más listo. Pareció que iban a ser los vascos, pero por media pierna le anularon, correctamente, un gol de cabeza de Raul García. El Barça resistía pero muy justito, como el niño tonto al que le cuesta llegar al 5. Esos niños que mi padre me ponía de ejemplo cuando le traía las notas: «Si fueras tonto como X, no te reñiría. Pero lo tuyo es otra cosa distinta». Y precisamente hablando de X, quien volvió a marcar fue Antoine Griezmann, que remató una bella construcción de Dembélé –su primera finura de la noche– y de Jordi Alba. El gol hay que meterlo, pero no tuvo más mérito que el de no fallarlo, como el penalti que contra la Real Sociedad, en semifinales, chutó a los cielos de Córdoba. Reacción vasca Pero el Athletic, con el mismo esquema de gol que el que le habían anulado, empató en el 89 forzando la prórroga, que el Barça afrontó alicaído, como al que le roban la novia justo antes de besarla. Sólo faltó el golazo de Williams, inmenso trallazo a la escuadra, para que la amarga tristeza del cornudo le sumiera en el derrotismo. Koeman dio entrada a Riqui Puig, como si creyera que podría solucionar algo. Hombre, sustituyó a Busquets, un buen paso para parecer un equipo vivo. Messi fue expulsado por agresión. El Athletic durmió la prórroga y ganó la Supercopa, ahorrándonos a los barcelonistas la pérdida de tiempo y el espejismo de creer que realmente merecíamos un título.
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