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Argentina despide a Maradona: "Queríamos que fuera inmortal"

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Argentina despide a Maradona:

Entran un hincha de Defensa y Justicia, uno de Temperley, uno de Los Andes, dos de Racing, uno de Independiente, tres de Gimnasia y Esgrima de La Plata y cinco de Boca al vagón de un subte porteño. No se conocen pero sus camisetas alcanzan para saber dos cosas: que son hinchas de(l) fútbol y que, este miércoles en el que Diego Armando Maradona se murió de un paro cardiorrespiratorio a los 60 años, se toman el mismo vagón de subte porque comparten un lugar de destino pero sobre todo porque comparten una circunstancia.

En el subte ya hay otros hinchas de(l) fútbol: de Atlanta, de Chicago, de San Lorenzo, de River y, sobre todo, de los que decidieron que lo mejor era ponerse la camiseta de la Selección. Hay un truco para estimar la edad de los que usan la albiceleste: el modelo elegido es directamente proporcional a la edad en la que Maradona los hizo más felices. 

Un chico con edad de no haber visto jamás a Diego en una cancha mira YouTube: el Diez gambetea, apila rivales, tira caños y tacos y paredes, saca la lengua para clavar un tiro libre en el ángulo, y de fondo suena Dire Straits. Sultán(es) del swing.

“Gracias Diego” se lee en los carteles electrónicos que un día normal avisan si las líneas de subte tienen demora y un día como este se suben a la emoción colectiva en la estación que desemboca a la altura del Obelisco, esa aguja clavada en el corazón de Buenos Aires que los argentinos usamos para festejar, para reclamar o para estar tristes pero sobre todo para juntarnos de a miles a hacer alguna de esas tres cosas.

Antes de ver la calle, se escucha la calle. Hay tres que son unánimes: la de “el que no salta es un inglés”, la de “Maradona es más grandeee, es más grande que Pelé” y la de “oh oh, oh oh, hay que alentar a Maradó”. La de “hay que alentar a Maradó” se usa para salir de los silencios incómodos, los silencios que están atravesados por el desconcierto que empezó este mediodía en los graphs de los noticieros y las portadas de los diarios digitales y que se metió en las casas y ahí sigue, sin saber bien con cuáles palabras decirlo.

Sebastián no canta ninguna de las tres. Tiene 39 años, es parte de la Iglesia Maradoniana, colgó de la reja del Obelisco una remera con la cara de Diego versión México ‘86 impresa en blanco y negro, y le pegó una rosa al lado. Llora. Mira para abajo agarrado de la rosa y de la reja y llora y tiene cara de haberse pasado varias horas a puro llanto. Dice que el gol que más gritó en su vida fue el que Maradona le hizo a Grecia en el Mundial ‘94. Que estaba seguro de que Maradona iba a volver a traer la Copa del Mundo a su tierra. Dice “a su tierra”. Cerca suyo un hincha de Argentinos Juniors y uno de Boca están abrazados y cantan “yo soy de acá y acá me muero, en el mismo suelo que nació el Diego”.

Sebastián tiene un barbijo con dos de todos los Maradonas que conocimos: uno levanta la Copa del Mundo en México ‘86, el otro está a punto de decirles a los italianos que son unos hijos de puta porque insultan el Himno Nacional Argentino. No importa que el barbijo sea un pedazo muerto de tela. A veces un fotograma de la vida de Maradona alcanza para ponerle play a alguno de los capítulos de su vida y, ahí viene el efecto colateral que hoy puso a la Argentina en pausa, le pone play también a la vida del espectador. Todos sabemos dónde estábamos el día de la Mano de Dios y del Gol del Siglo, todos sabemos en qué televisor vimos a Maradona decir que le habían cortado las piernas, todos recordamos con quién gritamos el gol a Perú que Diego festejó de palomita bajo una tormenta, todos vamos a saber dónde estábamos cuando supimos que Maradona, esta vez sí, estaba muerto.

“Esto era una fiesta, yo vine con mi mamá y mi papá y esto era una fiesta”. Mariela tiene 42 años, una hija en una mano y un hijo en la otra. Hace 34 años, cuando Argentina ganó su último mundial en México, también estuvo en el Obelisco. “Nunca viví algo como ese día. Nunca vi a mi papá llorar tanto de alegría, a tanta gente tan feliz, todos abrazados, todos festejando. Y sabíamos que sin Maradona eso era imposible, él salió campeón y él sacó a todo el equipo campeón. Hoy vine para homenajear a ese hombre porque nunca vi a una sola persona que hiciera felices a tantas personas juntas, traje a los chicos para que cuando sean grandes se acuerden de este día, aunque sea triste”, cuenta.

En las pantallas gigantes y electrónicas de uno de los locales de Corrientes y Diagonal Norte proyectan el gol-de-Maradona-a-los-ingleses y hay miles de personas que ya saben lo que va a pasar pero que igual contienen un poco la respiración cuando no se sabe si Maradona va a llegar a definir antes de terminar de caerse. Los que no lloran, gritan el gol.

A pocas cuadras, la bandera argentina enorme de Plaza de Mayo está a media asta y hay una especie de fila improvisada para sacarse una foto con la foto de un Maradona modelo 1990 que está pegada en la reja de la Casa Rosada, donde este jueves empezará el velatorio de Diego. De esa misma reja cuelga una bandera. Dice: “No importa lo que hiciste con tu vida. Importa lo que hiciste con la nuestra”.

Agarrado de la rosa y de la reja del Obelisco, Sebastián no puede parar de llorar. Llora, se corre el barbijo y alcanza a decir: “Nosotros queríamos que fuera inmortal”.

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