El momento Trump 2.5: ¿Estamos listos para asumir el salto al nuevo orden global?
Hay momentos en la historia donde las piezas del tablero geopolítico se reacomodan con tal rapidez que quien no está preparado para saltar, queda condenado a atisbar el futuro desde su umbral. Hoy vivimos uno de esos momentos. No es una continuidad, es una ruptura. Y tiene nombre propio: Trump 2.5.
Así lo describe el estratega geopolítico canadiense Taufiq Rahim, autor del libro Trump 2.5: A Primer (2025). Más que una segunda presidencia, se trata de una nueva fase de poder. Trump no volvió igual: regresó más fuerte, más rápido. Aprendió de los errores, consolidó su equipo y ahora gobierna con una visión clara. Hoy hay un plan con ejecución disciplinada.
Esta nueva forma de ejercer el poder exige que los líderes políticos actúen con decisión y orden. Se requiere claridad en el rumbo y equipos cohesionados. Ha terminado la época de las promesas rotas y del tránsito errante de los políticos que no tienen ni la fuerza ni la claridad para actuar. Esta forma de gobernar es coherente con la velocidad del cambio tecnológico y cultural. Quien no lo entienda, se quedará atrapado en el ayer.
Rahim plantea que Donald Trump podría ser el hombre más poderoso de la historia. Si comparamos su posición actual con la de figuras como Alejandro Magno, César Augusto, Gengis Kan, Napoleón o incluso Hitler, la diferencia está en el alcance. Todos ellos dominaron territorios vastos, pero ninguno tuvo el poder inmediato, global, tecnológico y financiero que hoy ejerce un presidente estadounidense. Lo podemos constatar al negociar un acuerdo comercial con China imponiendo tarifas al 30 % y al abordar la injerencia del fentanilo en Estados Unidos. Trump ejerce ese poder de forma personal, directa, sin delegar en tecnócratas. Lidera, decide y ejecuta.
Ese liderazgo se manifiesta en su visión de «destino manifiesto». Es un eco de la época dorada del dominio norteamericano entre 1898 y 1912. Con William McKinley, Estados Unidos derrotó al imperio español y tomó control de Filipinas, Puerto Rico y Guam. Con Theodore Roosevelt, construyó el Canal de Panamá, medió en la guerra ruso-japonesa y lanzó la diplomacia del garrote. Con Howard Taft, extendió su influencia mediante la diplomacia del dólar. Trump no quiere restaurar el pasado: quiere superarlo.
Incluso sus críticos más severos están reevaluando sus posturas. Thomas Sowell, gigante de la historia económica y uno de los pensadores más influyentes del libre mercado, había criticado el uso de aranceles por parte de Trump. Pero ante los resultados, cambió de opinión. La inflación interanual bajó de 3.0% en enero a 2.3% en abril, una señal de que el mercado respondió con confianza a los acuerdos y al aumento de la capacidad productiva estadounidense. La bolsa se ha recuperado a los niveles de marzo. Los aranceles fueron una herramienta temporal para forzar negociaciones bilaterales. Así se renegociaron acuerdos con Canadá, México, Reino Unido y Arabia Saudita. No se ha tratado de proteccionismo sino de estrategia.
Mientras el mundo acelera, no podemos esperar a que todo se resuelva solo. Tenemos dos opciones: subirnos al tren de la nueva era o quedarnos varados en el andén de los pretextos.
Sowell afirma: «Incentivos sobre ideologías». Las políticas deben juzgarse por sus efectos, no por su intención. Y los efectos están a la vista: más exportaciones, mayor producción interna, estabilidad macroeconómica. Trump buscaba resultados, pero también sabe que una negociación depende de la percepción del interlocutor. Al afirmar posiciones atrevidas que provocan miedo, genera propuestas de negociación mayores a las esperadas. Está en su libro The Art of the Deal (1987).
Trump no está solo. Lo acompaña un equipo que ejecuta con eficiencia. Elon Musk ha ahorrado más de 160 000 millones de dólares mediante el Departamento de Eficiencia del Gobierno (DOGE). Robert F. Kennedy Jr. ha propuesto prohibir 8 colorantes artificiales y otros 13 químicos dañinos para la salud. Tom Holman, el «zar de la frontera», ha reducido los encuentros de inmigrantes ilegales entre un 70 % y un 94 %, según la fuente. Pete Hegseth ha generado ahorros de casi 9000 millones de dólares en Defensa al cancelar contratos y eliminar subsidios. JD Vance ha demostrado ser un número dos eficaz en la conferencia de seguridad de Múnich. Marco Rubio supervisó la extracción de cinco disidentes venezolanos desde la embajada argentina en Caracas—un hecho digno de Misión Imposible—y ha sido clave en negociaciones desde Panamá hasta Ucrania, visitando además Guatemala, Costa Rica, El Salvador y República Dominicana, mostrando la importancia de nuestra región en su agenda política.
Estos acuerdos han generado promesas de inversión extranjera por más de 10 billones de dólares, provenientes de Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Japón, India, Canadá, Australia, Taiwán, Suiza y Corea del Sur. Esto vislumbra un futuro prometedor en atracción de capitales, infraestructura y empleo en construcción y servicios, con impacto positivo en la calidad de vida de millones, especialmente para los más pobres, base electoral de Trump desde 2016. Y todo esto en tan solo 120 días.
Y aquí es donde Guatemala debe abrir los ojos. Mientras el mundo acelera, no podemos esperar a que todo se resuelva solo. Tenemos dos opciones: subirnos al tren de la nueva era o quedarnos varados en el andén de los pretextos. Esta nueva configuración global premia a los audaces. A los que actúan. A los que entienden que la historia se escribe en tiempo real.
El acuerdo entre el gobierno y el sector privado guatemalteco para negociar con Estados Unidos el próximo 27 de mayo es un primer paso alentador. Ojalá esta visita sea exitosa y marque una nueva era en la que el gobierno, el sector privado y la sociedad civil trabajen de la mano por Guatemala.
Como decía Virgilio en la Eneida, libro X: Audentes fortuna iuvat. La fortuna favorece a los audaces.
Este no es un momento cualquiera. Es una grieta en la historia. Y los que se atrevan a dar el salto, a actuar y a decidir, serán los arquitectos del nuevo mundo.