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Sesionar a salto de mata… y poniendo oídos sordos

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En menos de seis años Morena es lo que tanto criticaba. En gobiernos priistas y panistas la izquierda fue mayoriteada, cosa que con razón denunciaron. Los herederos de esa resistencia adoptaron el libreto que les hacía rasgarse vestiduras. No escuchan, avasallan.

La fuerza política que hoy gobierna México está curtida en protestas. Sin ser el único, López Obrador es el más visible, el más clásico, de nuestros líderes hechos en la calle. Sus tomas de pozos petroleros o el Éxodo por la democracia son referente de movilización social.

También, entre quienes hoy detentan el poder hay bastantes que figuraron en las luchas democráticas del último medio siglo: desde herederos del 68 (es tema aparte si por su proceder actual, los del 68 les reconocerían como camaradas) hasta las protestas por Ayotzinapa.

La calle fue y es su terreno. No por nada su líder eligió para el último informe de gobierno el Zócalo. San Lázaro no los representa (menos aún porque con su parafernalia ese reciento alguna vez sirvió de escenografía para el desafuero). Lo suyo lo es la plaza, la marcha.

A lo largo del sexenio ante diferentes problemáticas AMLO retó a sus adversarios a demostrar en la calle su peso y, nada menor, su determinación. Socarrón, en varias polémicas saludó que la gente saliera a la plaza como tantas veces él y los suyos antes lo hicieron.

Esa provocación desde el púlpito presidencial no sólo era burla, algo de trasfondo sí que tenía. López Obrador era consciente de que si la protesta crecía, él se beneficiaba dado que adquiría consistencia su discurso de que las fuerzas que le resistían no eran menores.

Animaba pues a todo aquel que le sirviera de sparring, esa figura que siempre necesitó para nutrir el mito de que su gobierno era acosado. No faltaron quienes se entregaron al juego sin advertir que eran tontos útiles. Cayeron en cuanta provocación les puso.

Y en el peor de los casos, Andrés Manuel, si llegaba a ocurrir que alguna protesta prendiera, él tenía a mano el antídoto: una fuerza construida en décadas de marchas, y ahora con enormes recursos oficiales, incluidos los de gobiernos estatales. Mostraría músculo.

Como nadie es infalible, en la calle AMLO ha tenido también descalabros. En 2004 la marcha por la inseguridad puso contra la pared su imagen de buen gobernante. Las clases medias le reclamaron, de forma multitudinaria, su desdén ante la violencia.

No asimiló adecuadamente aquella fuerza ciudadana y parte de su derrota de 2006 puede ser acreditada a las descalificaciones que hizo en su momento de la famosa protesta de “blanco”. No se lo perdonaron.

Y en 2013, cuando la reforma energética, su movimiento –derrotado un año antes y ya confrontado con sus aliados del PRD– no pudo demostrar capacidad para detener el paquete de iniciativas del Pacto por México.

Pero hoy es otro cantar. La derecha hace mucho que dejó de marchar, los sindicatos están o afiliados al nuevo corporativismo o toleran a AMLO porque mal que bien les ha cumplido (CNTE, SME), y las ONG acusan los estragos de un sexenio contra la pared.

Es pronto para saber el calado de las protestas de estudiantes de derecho y trabajadores del Poder Judicial que toman calles en rechazo a la cerrazón del obradorismo en el tema de la reforma judicial. ¿Durará tan novedosa resistencia?

Lo que sí sabemos ya es que López Obrador y los suyos hoy hacen exactamente todo lo que criticaban. Y así sea a salto de mata, intentarán aprobar la reforma judicial. Sin escuchar nada.

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