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Hacerse mayor da mucho miedo

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Siempre digo medio de broma que escribir un guión para otro es como preparar una fiesta para la que no te invitan», asegura Sergio G. Sánchez. Durante años, desde su colaboración en «El orfanato» con J. A. Bayona, este ovetense ha imaginado y trasladado al papel historias para otros tras un inicio en el mundo del cortometraje. Ahora, con «El secreto de Marrowbone» le ha llegado el momento de dar el salto a la dirección de largometrajes. De ser el anfitrión de la fiesta. Y Sánchez ha descubierto que al otro lado también cuecen habas: «Mi lado de director odiaba bastante al de guionista; me lo podía haber puesto más fácil», bromea.

En el filme, rodado en inglés y ambientado en el sur de EE UU en los años 50, cuatro hermanos recién llegados a una pequeña localidad se esconden de la alargada sombra de su pasado, desde donde los acecha un padre que adquiere tintes de fantasma victoriano. Sánchez concibe el filme como una «muñeca rusa que se va abriendo y que cada 10 minutos convierte la película en otra cosa distinta». Su reto ha sido unificar los numerosos géneros por los que transita: «Empieza como cuento, pasa al drama familiar y de ahí al thriller y al fantástico. Durante el rodaje me resultaba muy difícil ver el tono general de la película». Por «El secreto de Marrowbone» se cruzan cintas como «A las nueve cada noche» o «Psicosis» y obras de Poe y Henry James. «Al mismo tiempo es muy clásica de factura y atmósfera, aunque la estructura sea endiablada. Pero quería reflejar esa añoranza por el cine de misterio y suspense que veíamos de pequeños. Todo eso, como también Hansel y Gretel, está en mi ADN».

La cinta plantea tanto una historia de maduración en un contexto nada sencillo como, añade el director, un retrato de «la renuncia y el modo en que cada uno de nosotros terminamos por configurar el mundo en el que queremos vivir». Eso, dice, implica encontrar un espacio donde protegerse, donde hacerse fuerte. En el caso de los cuatro jóvenes del filme –huérfanos de madre desde los primeros minutos de la cinta– la casa será un bastión tanto físico como mental frente a las amenazas del exteriores, representadas ante todo por el padre, lejano pero siempre presente. Sánchez logró tirar para su tierra, Asturias, para localizar el filme. La casa en la que trascurre la práctica totalidad del metraje y donde rodaron 8 de las 10 semanas planificadas, es el abandonado Palacio de Arango, en Pravia. «Al final acabamos sintiendo la casa como nuestra y hasta los actores quisieron dormir en ella, lo cual era imposible porque está abandonada y comida de chinches», señala.

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