La infancia salvaje de Mike Tyson entre golpes, amenazas y encierros transformó al campeón más temido del boxeo
Pobreza y acoso - Las primeras experiencias del boxeador transcurrieron entre calles peligrosas, insultos constantes y la ausencia total de seguridad dentro y fuera de casa
Un fraude, una paliza brutal y un destino trágico que marcó al boxeo para siempre
Puertas desvencijadas, sirenas lejanas, baldosas sueltas cubiertas de orina seca y humo en el aire a cualquier hora del día. En algunas calles de Brownsville, las peleas servían como reloj: anunciaban que había pasado el mediodía.
Los niños se agachaban cuando sonaban los gritos porque sabían que si se quedaban quietos mirando podían acabar recibiendo una paliza por chismosos. En medio de ese tipo de barrios, Mike Tyson empezó a vivir su infancia sin entender todavía qué significaba eso de infancia.
La pobreza y el acoso escolar marcaron sus días desde muy pequeño
En su biografía publicada en 2013, The Undisputed Truth, Tyson explicó que sentía pánico dentro de su casa y fuera de ella, sin encontrar refugio en ninguno de los dos lados. “Iba a una escuela pública y eso era una pesadilla”, escribió.
Según contó en ese mismo libro, era un niño tímido y rellenito, hablaba con dificultad y prefería quedarse al lado de su hermana mayor porque su madre se lo pedía. Esa costumbre le granjeó varios motes ofensivos entre los demás críos del vecindario.
El Express recogió una de sus confesiones más gráficas sobre aquellos días: “Los chicos solían llamarme Little Fairy Boy porque siempre estaba con mi hermana”. También añadió que algunos le gritaban Dirty Ike o incluso Dirty Motherfucker, en parte por su falta de higiene. “No teníamos agua caliente para ducharnos y, si el gas no funcionaba, ni siquiera podíamos hervirla”, reconoció. La escena habitual era la de su madre llenando un cubo y enjabonándole como podía, hasta que él mismo fue aprendiendo esos hábitos por consejo de chicos más mayores.
La muerte de su madre agravó una vida que ya venía cargada de tensión y abandono
Aquella situación, en lugar de suavizarse, empeoró. Su madre, Lorna Smith Tyson, murió cuando él tenía solo 16 años. En una entrevista con Bleacher Report, Tyson explicó que ella nunca llegó a ver nada bueno en él: “Solo me conocía como un chaval salvaje que se pasaba el día en la calle y llegaba a casa con ropa nueva que sabía que no había pagado”. Esa pérdida se sumó a una larga lista de carencias y tensiones que ya venían marcando sus días desde muy pequeño.
El entorno en el que creció estaba saturado de robos, peleas, amenazas y problemas constantes con la policía. De hecho, antes de cumplir los 14 años, había sido arrestado en 38 ocasiones distintas. En una de ellas, según recogió USA Today, llevaba encima más de 1.500 dólares en efectivo que había robado. Esa detención fue clave para que lo enviaran a la Tryon School for Boys, un centro correccional situado en Johnstown, Nueva York, donde su historia empezó a tomar otro rumbo.
Un orientador y un entrenador cambiaron por completo el rumbo de su vida
Allí conoció a Bobby Stewart, un antiguo boxeador que trabajaba como orientador. Al ver el potencial que Tyson tenía con los puños, decidió entrenarlo. Pero antes le impuso una condición: debía centrarse en los estudios y alejarse de los líos. Tyson aceptó el trato. El resultado fue que, en poco tiempo, Stewart le puso en contacto con Cus D’Amato, el hombre que acabaría transformándose en su tutor legal y entrenador personal.
Bajo su guía, Tyson no solo mejoró como púgil, sino que encontró por primera vez una casa con comida en la mesa y alguien que apostaba por él sin condiciones. En una conversación con BBC Sports en 2013, el excampeón de los pesos pesados afirmó que “Cus prácticamente me adoptó, se convirtió en mi tutor legal, como un padre para mí”. Esa estabilidad era algo totalmente nuevo para él.
Dejó atrás las peleas sin sentido del barrio y empezó a entrenar cada día para subirse a un ring con reglas, público y un entrenador vigilando cada movimiento. En 1981 y 1982 ganó los campeonatos juveniles de los Juegos Olímpicos, y poco después debutó como profesional con un nocaut en el primer asalto. La transformación de aquel chico que apretaba los dientes para cruzar la calle sin que le pegasen había comenzado.
Y aunque lo que vino después no fue precisamente un camino recto, de hecho hubo muchos otros episodios cuestionables, aquella etapa marcó el punto exacto en el que dejó de pelear por instinto y empezó a pelear por algo más.