Un fraude, una paliza brutal y un destino trágico que marcó al boxeo para siempre
Noche negra - Con un récord de 14 victorias, el joven Billy Collins Jr. se perfilaba como una estrella del peso welter, sin imaginar que su pelea contra Luis Resto cambiaría su destino de la peor manera
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El ruido de la multitud se mezclaba con el estruendo de los golpes, pero aquella no era una pelea más. Era una sentencia. Diez asaltos que no solo destruyeron un rostro, sino una vida entera.
Trampas, ambición y un final trágico marcaron para siempre el boxeo el 16 de junio de 1983, cuando un invicto de 21 años, con el mundo a sus pies, se encontró con un rival que traía algo más que puños al ring. Entre las luces del Madison Square Garden, la historia del deporte se manchó de engaño y de sangre.
Billy Collins Jr. llegó con un récord impecable de 14 victorias, 11 por KO. Se esperaba una noche de trámite ante Luis Resto, un puertorriqueño experimentado pero sin el brillo de su oponente.
La pelea no debía ser más que un peldaño más en el ascenso del joven estadounidense, una promesa en la división de peso welter. Entre el público, una leyenda del boxeo, Muhammad Ali, observaba el combate. Pero lo que sucedió en ese cuadrilátero no tenía precedentes.
Una potencia inexplicable sobre el ring
Desde el inicio, Resto golpeaba con una fuerza inusual y estaba machacando al favorito, que prácticamente no podía hacer nada. Era extraño. Collins Jr. lo sintió de inmediato. “Es mucho más fuerte de lo que creí… mucho más. No creí que Resto pegara tan fuerte. Parece que tiene ladrillos en las manos”, confesó a su padre, Billy Collins Sr., en un descanso entre asaltos. No iba demasiado desencaminado.
Para cuando llegó el último round, el rostro de Collins estaba desfigurado, irreconocible. Aun así, logró mantenerse en pie hasta la decisión de los jueces, que dieron el triunfo a Resto por puntos. El momento donde se descubrió todo no llegó durante el combate, sino cuando ya se había acabado todo.
Mientras Resto se acercaba a la esquina de Collins Jr. para estrechar la mano de su entrenador, el progenitor del púgil perdedor sintió algo extraño en los guantes del puertorriqueño: “Espera, espera. Todo el relleno de los guantes está cambiado”.
La sorpresa se convirtió en indignación cuando descubrió que la espuma había sido removida, dejando prácticamente solo el cuero. Cada golpe había sido un arma.
La investigación de la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York confirmó el fraude. Resto y su entrenador, Panamá Lewis, habían manipulado los guantes, y además, el vendaje del boricua tenía yeso endurecido.
La Federación Internacional de Boxeo lo inhabilitó de por vida, y la justicia lo condenó, junto con su entrenador, a tres años de prisión por “agresión, conspiración y posesión de arma letal”.
Las secuelas de un combate que arruinó una vida
Para Collins Jr., las consecuencias fueron mucho peores. Sus lesiones en los ojos le impidieron volver a pelear, y la depresión se apoderó de él. Cayó en el alcoholismo y las drogas, hasta que en marzo de 1984 su coche se precipitó por un barranco.
Su padre nunca dudó de que fue un suicidio, un trágico final a consecuencia de aquel violento combate: “No importa lo que digan, no fue un accidente. Él se quitó la vida porque ya le habían matado”.
Años después, en el documental Assault in the Ring, Luis Resto confesó lo que ya todos sabían. Admitió el engaño y reveló que Panamá Lewis incluso le había dado agua mezclada con medicamentos para el asma durante el combate. En una visita a la viuda de Collins Jr., se arrodilló en su tumba y dijo: “Lo siento por lo que te hice”. Pero ya era demasiado tarde.