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Los últimos días del Capitol

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Hace más de veinte años, en una de mis columnas de opinión, bautizada a la sazón «A pie de página», pasaba lista a lo que denominaba «nomenclátor de fantasmas». Desaparecía el parque de atracciones de Montjuïc; en el Paralelo, el que fue teatro Talía y luego Martínez Soria devenía en solar de malas hierbas; en el antiguo Cinerama Nuevo se alzó un edificio que hoy permanece inacabado. Convocaba recuerdos de matinales de boxeo en el Gran Price; o cuando vi Novecento en el desaparecido cine Calderón. En la plaza de España, el silencioso albero de Las Arenas -hoy centro comercial- aguardaba el derribo… Casi nadie recordaba ya que al inicio de Rambla Cataluña estuvo el teatro Barcelona donde el gran José María Rodero interpretó la tolstoiana Historia de un caballo. El café Canaletas acabó en hamburguesería. La lista de librerías desaparecidas ocuparía casi un párrafo: Porter, Francesa, Áncora y Delfín, Cinc d’Oros, Canuda, Bosch, Bastinos, Catalònia, La Formiga d’Or, Millà, Almirall… El año se despide con más cierres de esos establecimientos históricos que conforman el alma de una ciudad. La Rambla pierde el Capitol, que abrió sus puertas en 1926 como cine. Adquirido por el grupo Balañá en 1962, desde finales de los noventa ofrecía monólogos teatrales que alcanzaron su gloria con Pepe Rubianes: el prolongado éxito de Rubianes solamente motivó que una de las dos salas capitolinas adoptara el nombre del actor. Ironías del destino… o de los desatinos: Colau llama facha al almirante Cervera y le priva de su calle en la Barceloneta para dársela a Rubianes que nació en la Barceloneta, aunque la pisaba bastante poco… Y el teatro que el cómico pisó durante una década y que merecía llevar su nombre acaba chapado. Conocido como «Can Pistoles» por su monotemática programación de westerns, el Capitol llamaba la atención por los espectaculares y cromáticos carteles, ejecutados por pintores que no pasaron a la historia del arte, pero cuyas imágenes impregnaron la memoria sentimental de varias generaciones. En La sombra del viento, Ruiz Zafón hace que su protagonista, Daniel Sempere, se quede fascinado observando a aquellos artistas anónimos, mientras descarga un aguacero sobre la Rambla: «De regreso a la librería crucé frente al cine Capitol, donde dos pintores entarimados en un andamio contemplaban desolados cómo el cartel que no había terminado de secar se les deshacía bajo el aguacero». El tsunami de la Ley de Arrendamientos Urbanos y la voracidad inmobiliaria derivada del turismo está deshaciendo la faz de Barcelona. Por si no hubiera bastante con el Capitol, también la Camisería Xancó cierra en el número 74 de la Rambla a poco de su bicentenario… Hace muchas lunas que los almacenes El Indio de la calle del Carmen ya no sirven telas y los apellidos Pantaleoni, Comella, Vehils, Pellicer y Furest evocan esplendores textiles… Soterrados hogaño, cual estelas funerarias grecorromanas, por las franquicias del low cost global. Barcelona, lamenta el maestro Artur Ramon desde su galería de la calle La Palla, hoy también diezmada en su memoria, «hoy es un plató de un mal anuncio publicitario. Aquí en el barrio antiguo los turistas preguntan a qué hora se cierran las calles como si esto fuese Port Aventura. De hecho, lo es. Una mala copia de una gran ciudad». La gran ciudad se vive en Madrid, ciudad «abierta y liberal» como anunciaba este diario al referirse al sorpasso en el PIB sobre la capital catalana. En lugar de aspirar a liderar la hegemonía metropolitana en el Mediterráneo, Barcelona ha ido perdiendo pistonada desde que el malhadado procés fracturó la convivencia y sumió al mundo económico en una incertidumbre que ha provocado el éxodo de casi seis mil empresas, la mitad de las cuáles recalaron en Madrid. Lo más alarmante es que no se atisba ningún proyecto que detenga la deriva decadente: ni en economía, ni en urbanismo, ni en cultura. La plataforma Actúa Cultura exige a la Generalitat un aumento en los presupuestos culturales que pase del raquítico 0,65 por ciento al 2 por ciento. El gasto cultural en Cataluña es de 35 euros/habitante: una ridiculez comparado con los 120 de Portugal, los 200 de Francia y los 800 de Suecia: «La capitalidad cultural de Cataluña y de Barcelona dejará de existir en breve en muchos sectores, por ejemplo, en el de la edición en castellano, donde tenemos una fuerte competencia en Latinoamérica», advierten sus promotores: algunos de ellos saludaron en su día el ruinoso procés. Nunca es tarde para la lucidez, pero quizá sea demasiado tarde. Ni la Generalitat, obcecada en el monolingüismo y su batallar contra el Estado, ni el Consistorio, con una Colau que ningunea al comercio y coquetea con Esquerra -al PSC se le oye ahora menos que nunca-, están por la labor. Últimos días del Capitol: la Barcelona crepuscular suma su enésimo epitafio.
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