El Real Madrid ha convertido la difícil tarea de estar en la Final Four en una bella costumbre. Los blancos sacaron su billete para Vitoria con una suficiencia extraordinaria ante el Panathinaikos, sellando su séptima presencia en la fiesta final de la Euroliga de los últimos nueve años. Todas menos dos desde que Laso se subió al banquillo blanco para devolver la gloria perdida al mejor club de baloncesto del continente. Un rey de Europa que peleará en el Buesa Arena por su undécimo entorchado solo un año después de levantar el trofeo en Belgrado.
Solo el CSKA puede presumir de haber estado más veces cerca del título en la última década que el Real Madrid. Después de veinte años viendo la Final Four desde el sofá, los blancos se han convertido en un clásico entre los cuatro mejores equipos de Europa en los últimos tiempos. El Madrid y los dos gigantes griegos –Panathinaikos y Olympiacos– son los únicos han levantado el título en dos ocasiones desde 2009, pero solo los blancos tendrán la opción de sumar un tercer entorchado en el Buesa Arena.
El campeón es el primer clasificado para la fase final de la Euroliga. El único capaz de resolver su eliminatoria de cuartos en tres partidos. Dominio total ante un Panathinaikos que venía de ganar seis de sus últimos siete partidos en casa. De hecho, solo el Madrid había sido capaz de ganar en el OAKAdesde diciembre con aquel triple estratosférico de Rudy hace solo unas semanas. Ayer, no hizo falta ningún milagro, porque el campeón demostró que está un paso por encima de los verdes y eso que Llull –ya recuperado, pero ausente ayer– no ha jugado en toda la serie.
La incertidumbre sobre la supuesta lesión de Calathes había protagonizado la previa del tercer choque. «No me fío», avisaba Laso, consciente de que nadie se borra en este tipo de partidos. Tenía razón el técnico, que había preparado el duelo con la certeza de que el base estaría al frente del conjunto griego. Era un todo o nada para el Panathinaikos, que comenzó con dudas. Golpeó primero el Madrid, de la mano de un genial Rudy Fernández y de su puesta en escena defensiva. Randolph y Tavares sellaron la zona y Taylor se encargó de secar a Calathes. Un guion sin fisuras que duró un cuarto y medio y que permitió al Madrid vivir con cierta holgura (25-34, min. 15) hasta que Matt Lojeski lo hizo estallar por los aires.
El belga, que apenas había jugado en los dos primeros partidos, acaparó el protagonismo ofensivo de su equipo como no lo había hecho en toda la temporada. Todo lo que salía de su mano acababa dentro del aro. De lejos o cerca. Con o sin defensor. El escolta, que no falló un lanzamiento hasta la segunda mitad, lideró un parcial de 16-2 con el que se llegó al descanso (41-36).
Festival de Ayón y Campazzo
El paso por los vestuarios fue la mejor noticia para el Madrid, bloqueado en un segundo cuarto para olvidar. Solo Rudy mantenía el tipo en la parcela ofensiva, con un desastroso porcentaje en el lanzamiento exterior. Convencido de que el acierto era cuestión de tiempo, Laso optó por centrar los esfuerzos en la defensa. El técnico puso en cancha a su quinteto más aguerrido y por ahí comenzó a igualarse de nuevo el choque (54-54, min. 29).
El OAKA era por entonces un hervidero. Asomado al abismo, el Panathinaikos se subió al brazo de Calathes, pero no fue suficiente, porque los focos volvieron a apuntar hacia Campazzo. El antihéroe de los verdes fue de nuevo el mejor del partido y en su idilio con Ayón se fraguó el billete blanco hacia la Final Four. El argentino regaló cuatro canastas consecutivas al pívot. Cuatro pases mágicos, dibujados entre una multitud de brazos, que le dieron una ventaja mínima al Madrid. Luego, Taylor, Randolph y el propio Campazzo sellaron con tres triples consecutivos el pase a la Final Four. Bendita costumbre que pone al campeón en la senda de un nuevo título.
