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Parapente en Turrialba: El placer de volar libres, como pájaros

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Son las 9:30 a. m. y todo transcurre con la acostumbrada calma de un domingo por la mañana en La Pastora de Santa Cruz, Turrialba.

De repente, esa tranquilidad se rompe en una singular y bella planicie, ubicada sobre una de las lomas de la finca Miravalles. Poco a poco comienzan a llegar pilotos de parapente dispuestos a sobrevolar la pintoresca zona ganadera, a casi 2.000 metros de altura.

En el cielo permanecen algunas nubes lejanas pero el sol comienza a calentar. Las condiciones son óptimas para practicar este deporte de vuelo libre.

Estos pilotos compartieron el espacio aéreo a las 10:42 a.m., frente a un cúmulo o nubes de agua algodonosas.

De las cajuelas de los carros, los aventureros sacan los paracaídas de emergencia, las sillas de vuelo o arnés y los coloridas velas. Y tan pronto como llegan, están listos los primeros pilotos y acompañantes para la acción.

Los primeros en estar preparados son los experimentados Martín Ruiz y Manuel Montoya Dillon; no obstante, antes del mediodía ya había ocho equipos que simultáneamente compartían el espacio aéreo. Y, para el final del día, hubo 15 pilotos despegando y aterrizando, luego de permanecer entre 10 y 15 minutos en el aire.

Aquí todos disfrutan, sin excepción. Karen Cruz Álvarez puede dar fe de ello, pues viajó desde Hatillo 1 con unos amigos para disfrutar como niña de su primera experiencia en parapente. Ella es, precisamente, quien acompaña a Manuel Montoya durante el primer despegue del día.

“Fue demasiado chiva, superó todas las expectativas. Subimos hasta 1.800 metros y desde ahí ví Orosi y Juan Viñas”, contó esta laboratorista, quien recomendó “mil veces” a todas las personas que vivan su propia experiencia.

Observar un despegue o un aterrizaje, merecen una pausa en el recorrido a caballo por la finca.

Los pilotos no se quedan atrás. Manuel Montoya es colombiano, radicado en el país desde hace 22 años, y aunque en su país el parapente se practica incluso de manera competitiva, fue aquí, precisamente en La Pastora, donde aprendió hace 16 años.

“Lo que más me gusta es la libertad, que todo depende de uno. Allá arriba uno está concentrado en lo que está haciendo sin pensar en otra cosa que no sea el vuelo”, comentó Montoya.

Sin embargo, lo que más disfruta Montoya es ver la felicidad de sus pasajeros, sobre todo cuando lleva niños o personas mayores. Usualmente, las personas que lleva a volar empiezan a gritar de contentos y hasta a llorar de poder ver desde las alturas las copas de los árboles o los pueblos cercanos.

“Hoy mismo, hace un rato ahí arriba, un muchacho que acababa de superar un cáncer dijo llorando: usted no sabe lo que esto significa para mí, no puedo creer que esté viendo esta belleza”, puntualiza Montoya.

A las 11 a.m. el sol y las nubes se confabularon para crear una buena térmica (columna de aire ascendente), que favoreció a este parapentista para alcanzar altura.
La piloto que heredó de su padre el gusto por volar

Silvia Castro Fernández es la única piloto que llega a volar a La Pastora de Santa Cruz. Aquí aprendió y nunca falta los fines de semana, cuando las condiciones del clima permiten realizar esta actividad.

Silvia empezó en el parapente en julio de 2020, durante un paseo con unas amigas por el volcán Turrialba. Pasó por este lugar y vió la actividad, se interesó mucho y ocho días después ya estaba en proceso de aprendizaje. Pero a diferencia de los demás, ella desde pequeña ya traía el gusto por volar.

“Soy hija de un piloto agrícola de aviones de fumigación, Adrián Castro, y cuando era pequeña volaba con él en un ultraligero”, detalla.

Para esta desarrolladora de software, vecina de Tibás, la sensación de libertad y poder llegar bien alto, es apasionante.

“El objetivo de todos nosotros (los pilotos) es estar lo más arriba posible”, añade Silvia.

El experimentado piloto, Martín Ruiz, recogió la vela luego de uno de los viajes. Este es el componente más caro y de más cuidado. Se debe revisar antes y después de cada vuelo.

Dice Silvia que, además del vuelo, disfruta mucho la camaradería que hay en el grupo de pilotos, pues constantemente están hablando y compartiendo experiencias. Además, en el aire hay mucha comunicación por radio con los compañeros.

Cuando todos los caminos conducen a Cartago

“Entre todos nos aconsejamos acerca de por dónde desplazarse y por dónde mejor no ir. Esto es otra cosa, aquí uno se siente como un pájaro: libre, sin ningún otro sonido más que el viento”, finaliza.

La piloto Silvia Castro se tuvo que preparar en el manejo de la vela, instrumentos de seguridad, meteorología básica sobre las nubes y reglas de tránsito aéreo. Aquí, junto a Manuel Montoya.Cada vuelo dura entre 10 y 15 minutos. Los parapentes estilo tándem pueden llevar un pasajero.A las 11:12 a. m., en simultáneo y desde varios parapentes, pilotos y pasajeros apreciaron el cañón del río Turrialba y el bosque primario que lo bordea.A las 3 p. m., ya al final de la jornada y cuando la mayoría de aventureros había recogido su equipo, la naturaleza se lució con un hermoso arcoiris.El vuelo en parapente es tranquilo y relajante. Al fondo se  aprecia la comunidad de Aquiares y más atrás la ciudad de Turrialba.Así se apreció Santa Cruz de Turrialba y su entorno desde el parapente estilo tándem de Martín Ruiz, a mas de 1.000 metros de altura.
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